Vivimos en una pugna entre la uniformación planetaria del modelo productivo bajo la férula de la revolución tecnológica y la proliferación de identidades que fomentan la secesión y la fragmentación del cuerpo social. Las democracias liberales crujen estrujadas por este choque tectónico y la tentación autoritaria está presente. Por ahora, parece que entendemos que es mejor el sentido común que la ‘hybris’.
Jálogüin interminable
La regla básica del juego es que no hay futuro y la elección es entre acelerar el fin o conservar el presente, que ya es pasado. Trump se ofrece como rey del caos; Biden, como tembloroso conservador de un orden descabalado. El primero ruge, el segundo susurra. Truco o trato, pero a lo grande.
Negacionistas
Los negacionistas quieren habitar en la oscuridad, un lugar cálido como el claustro materno, donde reina la inocencia, la esperanza y la irresponsabilidad. El negacionismo es propio de mentes menguadas, y para que adquiera rango de fuerza política, como está ocurriendo, es necesario que sea promovido y estimulado por intereses muy potentes.
Distopías y presagios
El nihilismo de Houellebecq no es inédito en la literatura reciente; al contrario, en su ámbito lingüístico tiene un precedente de insuperable calidad en Louis-Ferdinand Céline y, por lo que llevamos visto históricamente, es una dolencia que desemboca en el fascismo, un régimen que, al parecer, tiene virtudes balsámicas para aplacar la ansiedad de los nihilistas. ¿Cómo funciona este proceso de desarraigo y negación que nos conduce al fascismo?
El ocaso de los machotes
Durante estos meses, Trump ha expelido todas las ocurrencias derogatorias sobre el covid19 que le han pasado por el magín, a menudo embistiendo a sus propios asesores y a los periodistas que le interrogaban, y se ha exhibido como si fuera invulnerable. Bien, pues no lo es.