Los acontecimientos funerarios tienen un fondo  inconfesable de festejo, y no porque el difunto vaya a ir a una vida mejor sino porque los vivos presentes en las exequias se palpan la ropa y comprueban que está más caliente que la del ocupante del féretro. Es una enseñanza que este viejo aprendió de niño, cuando era alumno de los escolapios y se forzó a las lágrimas en la capilla ardiente del padre Vicuña, hasta el día anterior prefecto de estudios y el tipo más parecido a un kapo de gulag que un alma inocente puede llegar a imaginar. Aquel día de cirios ardientes, el niño aprendió que hay cierta incongruencia entre la muerte y las lágrimas, que en la iconografía habitual suelen ir parejas.

La gente va a los entierros para sentirse viva, así que resulta difícil creer en que no haya algo de postizo y obligado en el lamento universal por la muerte de la reina Lilibeth, como la llamaba Juanito en la intimidad, aunque hay que reconocerle el mérito de haber reinado durante setenta años sin dejar ni un solo rastro de animadversión a su espalda. Para sí querría esta medalla el mencionado Juanito. Tampoco es difícil imaginar que Carlos y Camila estén en este momento bailando una jota, o lo que sea que bailen los escoceses, en alguna dependencia secreta del castillo de Balmoral a la que se accede mediante presión sobre un resorte oculto en los anaqueles de la biblioteca que soportan la Enciclopedia Británica.

Carlos III es un rey conocido y apreciado en esta nuestra remota capital de provincia subpirenaica hasta el punto de que tiene dedicado a su nombre el bulevar más postinero de la ciudad y una estatua frente a la sede del gobierno regional, que a simple vista parece representar a un taciturno rey de la baraja. Así que, puestos a exhibir méritos, aquí tenemos más de los que blasona la advenediza doña Isabel, emperatriz de Madrid y reina de Tabarnia, que ha querido demostrar su fingida compunción decretando que las banderas ondeen a la funerala durante tres días. Esta sencilla operación ha resultado un lío pues los operarios no han entendido si el arriado a media asta era de las tres banderas oficiales o solo la imperial de Madrid, como explicitaba el edicto publicado en el diario oficial. Esta manía de la (extrema) derecha con las banderas les va llevar a la perdición. Si arrían solo la de Madrid, enfatizan el carácter descaradamente independentista y en rebeldía del gobierno de Tabarnia, y si arrían las tres banderas significa que honran al país que mantiene la ocupación de Gibraltar y que ha renegado de la Unión Europea. La corte de Tabarnia necesita un jefe de protocolo competente y más tradición monárquica, algo no fácil de conseguir, como saben Juanito y su familia. La adhesión a la corona no se adquiere actuando como un señalero chiflado que agita trapos en la popa del bergantín para comunicarse con el resto de la flota.  

Y hablando de chiflados, tampoco el campanero de San Miguel ha considerado oportuno dedicarle un repique a la difunta, quizá porque era la jefa de una secta de herejes. Ni nuestro alcalde ha ordenado arriar su mega bandera de 178.000 euros cuyo soberbio flamear ha dejado a los vecinos del edificio de enfrente sin vistas al paisaje y sin luz. ¿Y qué hacer cuando tu bandera, a la que más amas en el mundo y por la que tus ancestros dieron su sangre, te deja a oscuras?, se pregunta el señor Beorlegui. En fin, God shave the King. Chissst, es sin hache, spelling, please. ¿Y cómo lo saben si la hache es muda?