Sumisión es el título de una novela de l’enfant terrible de la literatura francesa de ficción, Michel Houllebecq, en la que se fabula sobre la toma del poder político y cultural de Francia por los islamistas. El candidato del partido islámico gana las elecciones presidenciales y en este contexto de vuelco histórico, Arabia Saudí compra la universidad de La Sorbona para convertirla en el gran centro de sabiduría islámica de Europa. El proceso es pacífico y casi diríase que natural, y los nuevos titulares de la universidad otorgan generosas primas de jubilación a los profesores que no quieren participar en este proyecto sobrevenido.

El protagonista de la novela es un académico que asiste al cambio con cínica indiferencia y dispuesto, también él, a dejar la universidad en cuanto sepa el dinero que le vayan a dar por su retiro. Pero, por alguna razón, las autoridades universitarias quieren retenerlo en el claustro y el nuevo rector le convoca a una reunión para ofrecerle un puesto en excepcionales condiciones de remuneración, horario de trabajo, materia a impartir y responsabilidades académicas. El tipo escucha la oferta más atento a las mujeres que revolotean alrededor del rector, de edades varias y con funciones domésticas distintas, y le pregunta a su interlocutor: ¿cuántas esposas podría tener yo? Con su sueldo y estatus, hasta cuatro, es la respuesta, y después de algunas aclaraciones de detalle sobre su conversión al islam, la elección de las futuras esposas y sus responsabilidades como marido, acepta el puesto.

Cuando el lector parisino levanta la mirada de las páginas de la novela, ve que los árabes han comprado, no La Sorbona, por ahora, sino el equipo de fútbol París Saint Germain, ya saben, el de Mbappé, Sergio Ramos, Neymar, Messi, etcétera, más importante que La Sorbona, sin duda.  Pero si el lector de la novela de Houllebecq es español, el asunto es más grave porque lo que ve es que Arabia Saudí ha comprado a su jefe del estado, hoy emérito. Pero esta es otra novela y debemos refrescar la memoria de lo contado en capítulos anteriores.

Los esforzados lectores saben, porque se ha comentado en esta bitácora, que el fiscal suizo Yves Bertossa ha exonerado al rey don Juan Carlos de toda responsabilidad en el caso de los cien millones que le llegaron del rey saudí.  La decisión del fiscal vino determinada por el hecho de que no encontrara la relación de este dinero con ningún delito penal conexo, como prevaricación, cohecho, blanqueo de capitales y demás figuras que tienen abarrotados de gente los banquillos de los tribunales españoles. El fiscal Bertossa, después de explorar todos los meandros de la jurisdicción suiza sin éxito, decidió echar un vistazo a la ley islámica, imperante en los países de las mil y una noches, y consultó a dos expertos si esta donación, aparentemente graciosa, del rey Abdullah  a su hermano español podría ser un delito de malversación de fondos públicos, según la sharia, y le respondieron que no, claro. El fiscal podría haberse ahorrado la consulta porque si el príncipe heredero de Arabia puede ordenar el asesinato y subsiguiente despiece del cuerpo, como si fuera una res, de un periodista opositor en una oficina consular del país, sin contravenir los preceptos del Profeta,  podemos suponer sin esfuerzo que bien puede obsequiar a otro rey con un saco de billetes de banco, si le place o le conviene. Al fin, es el mismo mecanismo mágico que cada año se activa por estar fechas para que niños y niñas reciban montones de obsequios de los reyes de oriente.

El personaje inventado por Houllebecq saca partido de la situación pero la novela no explica por qué las autoridades islámicas estaban interesadas en sus servicios como profesor de universidad, del mismo modo que no sabemos por qué los saudíes compraron al jefe del estado español. Va a tener razón el presidente don Sánchez cuando afirma que el rey emérito nos debe algunas explicaciones.