La acción combinada de una familia resuelta a no dejarse arrebatar ni un ápice de sus acumulados privilegios, el prior fanático y narcisista de una comunidad de monjes y una patulea de friquis enfundados en banderas brazo en alto ha frenado al gobierno. Don Sánchez ha hecho tres afirmaciones sobre este asunto: una, que se ejecutará la exhumación, aunque no de inmediato; dos, que se hará con todas las garantías, y tres, que si la acción ha esperado cuarenta años, bien podrá esperar unos días o una semanas más. U otros cuarenta años, podría añadirse. La familia, el monje y los friquis componen un conjunto folclórico que quintaesencia lo que fue el franquismo y han formado una guardia de corps alrededor de la momia que la mantiene a resguardo de la autoridad del gobierno y del parlamento. Cuando en el debate sobre este asunto se echa mano de analogías con otros países democráticos europeos que padecieron dictaduras en el reciente pasado, se tiende a olvidar la especificidad más obvia de nuestro caso. La democracia española carece de un acto fundacional reconocible. La fiesta nacional, por ejemplo, no es el día de la constitución sino otro que antes fue día de la raza, luego día de la hispanidad y ahora no se sabe de qué, quizá el día de la cabra de la legión, por mencionar al personaje más pinturero de la fiesta.

La democracia española es, oficialmente, una transición que tiene su origen en la dictadura franquista, sobre cuyo fastidioso recuerdo se quiso echar un manto de olvido público, relegándola a la memoria privada de los ciudadanos, donde reinaba el silencio, y al recoleto trabajo de los historiadores. Nadie de la generación que hizo la transición y alardeó de su carácter modélico pudo imaginar que sus hijos terminarían inquiriendo sobre este secreto de familia. Los jóvenes han despertado en un país vapuleado por la crisis, consumido por la corrupción y la desigualdad y políticamente destartalado, se han preguntado por las causas y en busca de la respuesta han seguido hacia atrás el hilo de la historia y han llegado a Cuelgamuros. Ningún grupo en el parlamento tiene la voluntad de que la momia siga en su mausoleo faraónico, que es literalmente una vergüenza nacional; preferirían sin duda que no estuviera ahí, pero no harán nada, o harán lo menos posible, porque este deseo se cumpla. La cultura elusiva de la transición es aún dominante y el tótem aún infunde temor, respeto o reverencia, según los casos. El gobierno de don Sánchez querría hacer un acto administrativo sin alharaca alguna, pero eso es imposible. La exhumación significa reinventar la democracia. Entretanto, la danza de la muerte que componen la familia, el monje y los friquis nos tiene a raya a todos. Quizá un día, dentro de equis años, nuestros nietos lean en la pantalla de su móvil que la momia ha salido de Cuelgamuros por su propio pie.