Macron ha venido a llenar el vacío político europeo. Sus propuestas para reformar la movilidad de los trabajadores y reforzar la estructura del euro, para que la inercia de unos no impida avanzar a los demás, han cambiado la agenda europea. Pero necesita compartirla con Alemania. Este párrafo, casi una plegaria, encabeza la opinión del socialista Josep Borell en la que se pregunta, ¿arrancará el motor franco-alemán? Macron, el joven héroe que rescatará a Europa del pozo en que se encuentra… si quiere la madura dama que gobierna Alemania. El acuerdo de postguerra entre Francia y Alemania está en el origen de la unióneuropea y Borrell, un socialdemócrata de museo, se pregunta angustiado por qué no vuelven los viejos buenos tiempos. Describe el  contenido del acuerdo que deberán negociar socialdemócratas y democristianos alemanes enfatizando los rasgos europeístas de la propuesta, pero también recuerda que la decisión de negociar se ha adoptado en el partido socialista alemán por un estrecho margen de votos porque casi la mitad de la militancia cree, no sin razón comprobada en las urnas, que la llamada Grosse Koalition es una hemorragia constante de voto para la izquierda.

La respuesta a las zozobras y ensoñaciones de Borrell se encuentra en otra pieza de opinión de Rafael Poch significativamente titulada Macron, un paso por detrás, y dice así: Alemania no está en pareja con nadie desde hace mucho tiempo. Desde que el subidón nacionalista de su reunificación (1990) y la llegada a la palestra de una nueva generación de políticos sin complejos de culpa la regresara a sus instintos históricos de dominación continental: maximizar las ventajas para Alemania y externalizar los inconvenientes. El rutilante presidente francés al que quiere parecerse nuestro don Rivera y quién sabe si también don Sánchez se mostró de inmediato dispuesto a pasar la garlopa al estado del bienestar francés, de acuerdo con la receta alemana: reforma laboral, recorte de gasto público y toda la panoplia de medidas que tan bien conocemos, a cambio de reformas europeístas, como la homologación presupuestaria y fiscal de los países miembros, un fondo monetario europeo y una mayor flexibilidad financiera. Pero el príncipe francés no obtuvo respuesta de la hechicera alemana, y aún la está esperando, lo que quizá esté menguando su entusiasmo europeísta. Las últimas elecciones llevaron al parlamento berlinés la mayor representación de extrema derecha que pueda encontrarse en ningún otro país de la unión, lo que reduce drásticamente el margen para una política europeísta a la antigua usanza, haya o no acuerdo final de Merkel con los socialdemócratas, hoy más débiles que nunca. Hay algo en la materia oscura de la unióneuropea que es kryptonita para la izquierda, para las expectativas de las clases trabajadoras y dependientes y, en último extremo, para la propia estabilidad de la unión, y no vale la pena esperar que se resuelva con el cuento de un improbable idilio entre el joven apuesto y la dama madura.