La edad fomenta la afición al género fantástico, que no necesita alimentarse de novelas e historias de ficción sino de las noticias que trae el día. El realismo literario resulta estomagante cuando se empieza a perder la esperanza, no por flaqueza de carácter sino por evidente imperativo biológico. Llegado a cierta edad, ya se han oído, leído y contado demasiadas historias a ras de suelo, reales como la vida misma, como para saber que no hay nada nuevo bajo el sol y sin embargo el tiempo corre. El viejo necesita elevarse, tomar perspectiva en busca de consuelo, así que navega por internet y un día llega a las afirmaciones de un acreditado arqueólogo, quien afirma con contundencia que el colapso de la especie humana ya ha empezado. Es una afirmación compasiva porque nada empuja tanto a la desesperación como la conciencia de que el mundo seguirá tal como lo hemos conocido cuando ya no estemos en él. ¿Hay algo más injusto que saber que se te ha excluido de la fiesta por una decisión arbitraria? Si eres un dinosaurio, como empiezas a intuir por la pesadez de tus movimientos, la mengua de agudeza de los sentidos y lo huidizos que son los objetos que intentas apresar, una extinción masiva te eleva al mejor lugar donde puede estar un difunto: en la leyenda. Nadie te olvidará nunca porque siempre habrá un paleontólogo interesado por tus huesos y un niño fascinado por tu existencia. ¿Se imaginan qué destino tendrían entre nosotros los dinosaurios residuales si meramente hubieran sido víctimas de la caza o de cambios graduales en la morfología de sus hábitats?, ¿hay algo más triste que un parque jurásico?  Hace unos años, el zoo de Madrid albergaba un ejemplar de león del Atlas, de melena negra, y la cartela del recinto advertía al visitante que la especie estaba extinguida. Aquel animal enjaulado y melancólico tenía que cargar además con la responsabilidad de ser una paradoja viviente. Así que, vivamente interesados por el pronóstico del arqueólogo, seguimos leyendo.

Entre las pruebas indiciarias que aporta sobre el fin de la especie humana está la elección de Trump para la presidencia del imperio. El personaje es pintiparado para el género fantástico y tanto puede ser visto como un tiranosaurio rex o como un cyborg, ajenos a la especie humana y que tienen en común un comportamiento imprevisible y disruptivo. Cada vez que ese tipo de la cresta color panocha toma una decisión parece que estuviéramos más cerca del final. Ahora acaba de apoyar la ocupación israelí de Jerusalén aprobando el traslado de la embajada americana a esa ciudad, quizá la más rara e inhóspita del planeta, habitada por distintos avatares del dios único y en disputa sangrienta desde los albores de la civilización que constituye el estrato superior y más reciente del yacimiento de Atapuerca, el que formamos quienes todavía nos movemos por nuestro pie.