El odio es una palabra proscrita en este tiempo de mojigatería retórica pero no hay otra manera de decirlo: don Sánchez y don Iglesias se odian. Se odian tanto que el mundo real desaparece tras el ciego impulso de destruir al otro que los embarga a los dos cuando están frente a frente. Por supuesto, el odio es un sentimiento que no puede explicarse.
Sísifo dichoso
Hay buena razones para la abstención. Esta, no obstante, no será tan alta como parece querer anunciar el actual estado de cabreo social y tampoco modificará sustancialmente la composición del parlamento. Al contrario, los abstencionistas declarados hoy, al menos en una buena parte, irán a las urnas para votar a su partido, para reafirmarse en su derecho y en sus convicciones, incluso contra toda esperanza.
Los culpables
Un lector de las ocurrencias de este rincón me pide que me moje en discernir qué partido político ha tenido más culpa en el fracaso de la formación de gobierno y en las la consecuente repetición de las elecciones. La culpa es una noción moral que no opera en política; y la responsabilidad, tampoco. En último extremo, la culpa es de la ciudadanía que ha elegido a estos personajes sobre los que no tiene ningún control.
El pasado agosto
Los que viven de la política –políticos, periodistas, tertulianos, etcétera- tienen querencia por la épica y aluden al pueblo soberano como si fuera un vigoroso organismo vivo y no la masa inerte que es. La sociedad civil, esa noción que don Sánchez ha convertido este verano en un circo de pulgas, irá a votar si le llaman a hacerlo, y la abstención, aunque sea un poco más alta que en abril, no influirá en los resultados.
Una oferta que no podrá rechazar
Y ahí están don Sánchez y don Iglesias, dos seres mitológicos, envuelto cada uno en su propio relato, como se dice ahora, devorando la paciencia de sus votantes y practicando una tomadura de pelo que dejará efectos duraderos y una memoria imborrable.