Mañana de una primavera voraz. Parada del autobús urbano sin marquesina, bajo un sol que vierte sus pródigos dones sobre las cabezas de los y las vejetes de clase baja que forman el grueso de los usuarios del transporte público. Las baldosas de la plaza arden. Al lugar llegan una docena de personas provistas de carteles y una pancarta y extienden el tenderete de la protesta. Soplan con energía cornetas y chiflos para hacerse oír y atruenan  el espacio con una estridencia que los vejetes aceptan con paciencia democrática. Los mensajes que portan los manifestantes no son muy explícitos; es obvio que les puede más la ira que la necesidad de hacerse entender. Este viejo busca un lugar que le aparte del centro del estruendo sin alejarle de la parada del autobús. Entretanto, se apaña para indagar las razones de la murga. Por lo que dice la pancarta, los manifestantes son funcionarios judiciales. Entre los pitidos y trompetazos se oye alguna consigna que resume la causa de la protesta: menos reuniones, más retribuciones. El mensaje va dirigido al gobierno, cuya delegación provincial está a cuarenta metros de la parada de autobús y cuya maciza arquitectura herreriana no atravesarán los ecos del alboroto.

Es un signo de este tiempo de malestar social difuso y sin límites. Todo el mundo se siente afrentado por la realidad y enfrentado al gobierno por tantas y tan variadas razones como grupúsculos sociales pueden arracimarse en un momento dado. La hiriente desigualdad ha convertido la sociedad en una charca de ranas. Los funcionarios judiciales quieren ser tratados por el gobierno como este trata a los fiscales, que a su vez quieren ser tratados como son tratados los jueces, cuyo gobierno corporativo lleva cinco años en falta constitucional. La culpa, el sanchismo.

El autobús llega, por fin, para rescatar a los rehenes de la protesta. Una pasajera gruñe contra los manifestantes cuando ya está a salvo en el estribo del vehículo, antes no se ha atrevido. Los trabajadores cabreados intimidan y, claro está, también son objeto de odio: ¿de qué se quejan para soplar una corneta en mi oreja? Protestan contra el sanchismo, esa atmósfera al parecer tóxica que ha dejado tras de sí el gobierno de la izquierda y la protesta debe entenderse como una manifestación, otra más, de despedida con cajas destempladas de don Sánchez y los suyos. La expresión procede de la jerga militar y alude al batir desordenado y horrísono de tambores con el que se subraya la expulsión de filas del soldado desleal o traidor. Como resume nuestro futuro presidente del gobierno, se trata de Sánchez o España.

El viejo da en pensar qué será de estos funcionarios descontentos cuando hayamos echado a Sánchez para sustituirlo por España. Soñadoramente se puede creer que recibirán las retribuciones que reclaman y que el gobierno les ha escamoteado, pero no es probable si, como se deduce el programa electoral de España, hay que recortar gasto público inútil. ¿Y qué hay más inútil que un funcionario tocando una trompetilla? Y ya embalados en este carril,  ¿por qué no se habrían de externalizar los servicios de justicia?  Piensen en las ventajas, ¿cuándo se ha visto a un repartidor de glovo chiflando por la calle porque le pagan poco?