Hubo en Rusia un brevísimo lapso de tiempo, entre finales de 1991 y mediados de 1992, en el que el socialismo había muerto y el capitalismo aún no había nacido. Boris Yeltsin, el beodo que gestionó el parto hacia la nueva era, pensó con buen criterio que necesitaba transformar una población de obedientes socialistas en arriscados capitalistas y a tal fin repartió la riqueza del estado entre la población en forma de vales canjeables a los que tenía acceso todo el mundo en mayor o menor medida. Cada ruso hizo lo que le pareció con aquellos vales al portador que le habían caído en suerte: unos lo cambiaron por unos zapatos nuevos, o por una máquina de coser o un tractor, como en el sueño de Bienvenido Míster Marshall, y los más avispados o mejor situados los fueron acumulando de aquí y de allá, pelotazo va, pelotazo viene, hasta convertirse en lo que hoy conocemos como oligarcas, una versión postmoderna de los boyardos medievales del reino de Moscovia o, más precisamente, de los oprichniki de Iván el Terrible, la casta a la que se permitía enriquecerse sin límite con la condición inexcusable de que sirvieran al zar y a sus intereses.

El capitalismo de los oligarcas rusos es autorreferencial y extractivo y sus negocios se centran en, banca, medios de comunicación, gas, petróleo y minería, transporte y logística, e importación de cachivaches occidentales de alta tecnología, todos los cuales les sirven -o servían, antes de lo de Ucrania- básicamente para comerciar a lo grande con los extranjeros y tener cautivos como clientes a sus connacionales. Algunos de estos plutócratas tuvieron la tentación de entrar en política pero, ya está dicho, esta incursión era posible solo si se acompasaba a los deseos del zar, y, como consecuencia del despiste, los más intrépidos terminaron en la cárcel.

Yevgueni Víktorovich Prigozhin es un raro espécimen de esta fauna, hasta el punto que la wiki no le reconoce como oligarca y le califica de emprendedor. En cierto sentido, es el modelo canónico de ascenso social en el capitalismo a la rusa porque no tuvo las oportunidades de inicio que tuvieron otros privilegiados como Berezovsky, Abramovich y compañía. Prigozhin es un machaca. Empezó cocinando buñuelos y panecillos en un puesto callejero y ya tiene un ejército privado para lo que sea menester. El emprendedor ascendió tenaz y metódicamente desde su modesto negocio de comida rápida a empresa de catering del Kremlin para después satisfacer las necesidades no solo del estómago de los gobernantes rusos sino también los de su cabeza y de sus manos creando, una empresa de internet para acciones de información y piratería digital y una agencia de mercenarios armados para utilizar en guerras de interés del gobierno. Ucrania, sin ir más lejos.

Los ejércitos privados están presentes en la historia desde que se inventó la guerra. Siempre hay un tipo que se presta a matar a tu enemigo en tu nombre, si tienes algo que ofrecerle. La nación en armas es un invento reciente y ahora mismo indeseado porque significa recluta y conscripción y la guerra no es un buen señuelo para ganarse la adhesión popular, y Rusia no es una excepción. El servicio militar es obligatorio pero cuando vienen crudas se agradece que alguien se preste a matar y morir por ti. El ejército de Prigozhin es un híbrido de las legiones extranjeras creadas hace un siglo por Francia o España, que reclutaban su personal entre delincuentes para las guerras coloniales en África, y las modernas empresas de seguridad estadounidenses que han operado en Irak o Afganistán.

La dependencia de estos negocios del estado al que prestan servicio es absoluta y he aquí que alguien ha decidido cortar los suministros de munición al ejército del cocinero avispado, quién sabe por qué. Parece una forma tosca de informarle que el contrato para hacer la guerra, si lo había, ha caducado. El cocinero ha reaccionado con una explosiva mezcla de ira y patetismo y se ha llevado a la protesta a los muertos de su tropa para ponerlos ante los ojos de sus patrocinadores en el Kremlin y, ya puestos, también ante los ojos del mundo. El vídeo que recoge su reacción podría ser espeluznante si no fuera porque la censura occidental ha borrado el atrezo de los muertos y ha dejado en el vacío a un Prigozhin ofuscado y vocinglero. En cuanto a la respuesta que su macabra representación vaya a producir en sus patrones, quién sabe, los rusos son tan raros.

P.S. Al parecer ya hay traspaso de negocio. Prigozhin ha pactado con los chechenos para que estos ocupen sus posiciones en el frente en cuanto disparen la última bala. Sobre todo, que no decaiga.