Hasta donde los profesionales de la cosa nos han hecho saber a la plebe, las filtraciones de materiales ultrasecretos sobre el estado del mundo y las guerras que lo salpican, que hemos conocido unos días atrás, ha sido obra de un jovenzuelo adscrito a un cuerpo militar auxiliar de las fuerzas armadas norteamericanas, que se hizo con los registros, no se sabe cómo, aunque sin duda tecleando incansablemente en sus dispositivos de comunicación intergaláctica para verterlo en un chat (conversación por mensajes electrónicos a través de internet, dice el diccionario rae) de amiguetes y darse pisto. Flipas, tío, lo que ha colgado Jack Teixeira, voy a reenviarlo a la petarda de mi ex novia para que sepa lo que se ha perdido al dejarme. Mi primo, el no binario, ya lo ha subido a titok con su última coreo en la que aparece disfrazado de leopardo, será gilipollas.  Pues imagínate que el tontito de mi hermano pequeño ha dicho que se lo va a pasar a un espía ruso con el que cuelga fotos en instagram.

Pero, esos secretos ¿son de verdad o los ha tramado Jack con ayuda de la ia? He aquí una pregunta estúpida que no se haría nunca un nativo digital. Todo lo que circula en la red es verdad en el metaverso igual que la santísimatrinidad es verdad en el cielo. A cada contexto le corresponde una percepción de la verdad. Los que se han preguntado si la información es verdadera son los prebostes del gobierno norteamericano, y lo han hecho por dos razones espurias: primero, para hacerse los locos respecto el fallo de seguridad del que son responsables y, segundo, porque se criaron en la era analógica y creen que una información encriptada en un servidor que nadie sabe dónde su ubica (por eso lo llaman la nube:  estar en las nubes, estar en Babia) está tan bien guardada como las reservas de oro del tesoro nacional en la caja fuerte de Fort Knox.

Lo cierto es que la filtración no ha tenido ningún efecto, más allá de algunos aspavientos gubernamentales en Washington y Moscú, acompañados de la inevitable ola noticiosa y opinática, que dura lo que la espuma en la arena de la playa. El mensaje de ambos enemigos irreconciliables tiene en común su ambigüedad: no saben si es una filtración o una broma, incluso las partes más bizarras de lo publicado –la presunta provisión de cuarenta mil misiles de Egipto a Rusia– podría formar parte de un juego de guerra virtual a los que al parecer eran adictos los partícipes del chat del momentáneamente famoso Jack Teixeira. En todo caso, a alguien se le caerá el pelo.

La filtración de este muchacho, si de verdad es el responsable de ella, nada tiene de la épica periodística de los papelesdelpentágono ni mucho menos con los tenebrosos efectos que pueden leerse en las novelas de John Le Carré, ni siquiera con el neurótico caso wikileaks por el que el ogro ha tomado venganza sobre Julian Assange, como tal vez intente hacerlo ahora con el joven narcisista detenido. Los espías no cambian el mundo, solo son testigos, y veces víctimas, de su crueldad y de la estupidez de quienes lo gobiernan. El permafrost sobre el que asentaban las evidencias de la guerra fría se está licuando por efecto de las redes sociales: también en las relaciones internacionales hay un cambio climático pero, por ahora, solo oímos el crujido del hielo al romperse y vemos a algunos desdichados perecer en la brecha abierta.