Así califica el amigo Jokin a la ministra de igualdad. No le falta razón. Entre los personajes que quieren cambiar la sociedad y el mundo, los hay que aspiran a un lugar en la historia, y hay otros que prefieren ingresar en la leyenda. Es una cuestión de carácter y me temo que doña Irene Montero pertenece al segundo grupo. El paradigma de líder mítico para nuestra generación y las que vinieron después es Ernesto Che Guevara, cuyo martirologio en su última aventura revolucionaria le deparó para siempre una hornacina destacada en el santoral de la izquierda. La ocurrencia de llevar la actividad guerrillera a Bolivia, inducida y apoyada por su camarada Fidel Castro -este sí, un personaje histórico- era un error estratégico manifiesto pero sirvió para otorgar la inmortalidad a la víctima. La guerrilla gana la batalla en una de cada cien ocasiones y con el nombre de aventurerismo es uno de los errores punibles del manual de la izquierda, junto con el infantilismo, oportunismo, fraccionalismo, etcétera. Pero eso era en el pasado.  

Después de la brutal embestida de las derechas uno y trino a la que fue sometida la ministra de igualdad con el pretexto de la ley del sí es sí, doña Montero ha recuperado la vertical y ha conminado a su socio de gobierno a no tocar una coma de la ley trans so pena de convertirse en un agente del recorte de derechos en el mismo rango que el pepé.  La discrepancia entre los socios de gobierno en este asunto, al menos hasta donde entendemos los legos en la materia, es muy fina y se resume en extender o no de los catorce a los dieciséis años la tutela judicial para la autodeterminación de género, que en tiempos más viejunos y toscos se llamaba cambio de sexo, o más finamente, disforia de género. La levedad de la discrepancia no debe llevarnos a engaño; las buenas guerras empiezan con pretextos nimios que, años después de concluido el conflicto, llevan a preguntarse cómo fue posible que provocaran tan letales efectos. Los votantes de izquierda ya pueden prepararse para otro ruidoso conflicto entre los socios del gobierno socialcomunista, al que sin duda este sobrevivirá pero ya veremos si ocurre lo mismo con la paciencia de los votantes en las próximas elecciones.

La ley trans ha dividido a la militancia feminista, el movimiento emancipador más potente de este tiempo y un imprescindible nutriente electoral de la izquierda. En el núcleo de este enfrentamiento está la teoría queer, que postula que la identidad de género es un hecho subjetivo y, en último extremo, voluntario. Las feministas históricas, o radicales, que les llaman ahora,  entienden que la confusión de género y sexo borra la raíz biológica que ha constituido el soporte del sometimiento histórico de la mujer en la sociedad. Para estas feministas, la cuestión no es de identidad sino de opresión social. La identidad es una apreciación subjetiva; el sexo, un hecho objetivo. Ambos feminismos se manifestaron separados en Madrid el pasado viernes, día contra la violencia machista. La violencia es la misma para todas pero las víctimas introducen matices. Cada manifestación estaba en la onda de uno u otro socio de gobierno, socialistas y podemitas. En una pancarta de las primeras se pedía la dimisión de la ministra de igualdad, a la que se llamaba chapucera.

La derecha no interviene en este debate porque los derechos civiles le traen al fresco, no así los mercantiles. Solo esperan para volver a la carga que los jueces den un revolcón a la ley cuando se promulgue. Ocurrirá, en su caso, más cerca de las elecciones de lo que estamos ahora.