Cuando nevaba, los discípulos de colegio de las Escuelas Pías de esta remota ciudad subpirenaica encontrábamos gran placer en formar una horda para arrojar bolas de nieve contra las alumnas del vecino colegio de María Inmaculada, conocido como del servicio doméstico. Así era la educación sentimental de la cacareada clase media de este país hace sesenta o más años. Los tradicionalistas han debido recibir como una agradable sorpresa saber que esta forma de cortejo y de preparación para la vida adulta se conserva intacta en la élite universitaria. Los residentes del colegio mayor Elías Ahuja, adscrito a la Complutense madrileña,  no han encontrado mejor manera de dar la nota que celebrando una agresión verbal masiva contra las alumnas del vecino colegio de Santa Mónica.

No es fácil discernir qué resulta más obsceno en esta iniciativa, si el zafio brutalismo de la ocurrencia o el hecho de que haya sido secundado activamente por una mayoría de los pupilos del colegio. Una acción grupal requiere liderazgo, consenso sobre el significado de lo que se pretende, una cierta organización para ejecutarla coordinadamente y un sentimiento compartido de impunidad. Y aquí tenemos a varias decenas de universitarios machos coreografiando desde la fortaleza de sus celdas de estudio el preludio de una violación colectiva. A los que no entendieron lo que estaban haciendo, quizá la mayoría, cabe imputarles una bajísima autoestima y una estupidez que debiera inhabilitarlos para las funciones para las que se están formando. ¿No sabe un universitario qué significa puta ninfómana? , ¿dónde se han educado?, ¿no tienen madre ni hermanas?, son preguntas antiguas.

Hay una continuidad entre las bolas de nieve de nuestra infancia y el proclamado anuncio de violación de estos días en la nomenclatura de los centros educativos concernidos, cuyos titulares son vírgenes, santos y benefactores. Aquellas monjas de María Inmaculada educaban a las niñas para ser criadas y Elías Ahuja fue un ricachón monárquico que financió instituciones de caridad y cuarteles de la guardia civil. En origen, pues, ninguno de estos centros del saber, ni los de ayer ni los de hoy, fueron creados para formar ciudadanos y ciudadanas libres e iguales. La tara originaria se mantiene no solo por la propia inercia de las instituciones sino por la voluntad de quienes se sirven de ellas para sus fines.

La coreografía de violadores del colegio mayor madrileño coincide en el tiempo, seguramente no por casualidad, con el enésimo episodio de persecución política contra la ministra de Igualdad, Irene Montero, a la que las derechas, sin distinción de exaltados y moderados, vienen imputándole una apología de la pederastia destilada por un tuitero de la torsión de un discurso de la ministra cuando argumentaba sobre la necesidad de ampliar la educación sexual en la escuela. La acusación es delirante y manifiestamente falsa pero las derechas, las exaltadas y las moderadas, no han dudado en repicarla en el parlamento europeo mientras los colegiales del Elías Ahuja preparaban su performance de principio de curso.