Un pueblo que en navidades idolatra más al bombo de la lotería que al niñojesús es un pueblo providencialista. La experiencia histórica le dice que un recién nacido es un engorro, muy majico cuando está en la cuna pero al que cuesta mucho criar y educar y que puede terminar de cualquier manera, como de hecho ocurrió con el de Nazaret. ¿Quién quiere jubilarse después de una vida de sinsabores y privaciones llorando a moco tendido al pie de una cruz por la mala cabeza de tu hijo empeñado en creerse un profeta? En cambio, el premio de la lotería es un don neto, sin condiciones ni contrapartidas, que puede eludirte este año, sí, pero otro año será, y si no es en navidad, será el cuponazo de los ciegos o cualquier otro sorprendente premio de obesidad mórbida.

El providencialismo es la doctrina política de las sociedades fracasadas y, a fuer de serlo, desconfiadas de sí mismas. La providencia gobierna el patio de Monipodio, la corrala de doña Aguirre y doña Ayuso, y es el bálsamo de los países que no se soportan a sí mismos y recurren a una jarana perpetua en la esperanza de que un ser providencial les saque del fango de la historia. Créanme que jode haber rebasado los setenta y sentir que todo lo que eres, lo que has hecho y el mundo que te rodea lo debes a seres providenciales. Primero, Franco; después, Juan Carlos de Borbón. Aquel nos libró de la democracia; el segundo nos la devolvió sin coste añadido. A Franco le debemos el despegue económico, la clase media, el turismo y los pantanos. A Juan Carlos, una transición modélica a la democracia, las libertades para ir a los toros y burlar al fisco, la movida madrileña y el dinero feliz de los noventa. ¿Qué habría sido de nosotros sin estos seres providenciales?

El providencialismo es un estado de fe latente que eclosiona en momentos críticos, por ejemplo, ahora mismo, con ocasión de la engorrosa visita del rey emérito , que pone a prueba el sentido de la realidad de la sociedad y de su clase dirigente. Los seres providenciales requieren de una corte celestial para ser operativos. El padre del autor de estas líneas llamaba estómagos agradecidos a la tropilla de militares, curas, periodistas de vitola y ediles de camisa azul que aparecían en el nodo rodeando al dictador en cualquier circunstancia. La corte del emérito (¿se han dado cuenta de que este raro adjetivo calificativo, inicialmente honorífico ha adquirido la condición de un sustantivo despectivo y faltón?) está formada por la clase política y periodística que servilmente permitió al borbón ser lo que es ahora.

Uno de estos cortesanos mediáticos es el veterano periodista don Fernando Ónega, que en una columna de opinión se ha visto obligado a defenderse de haber cumplido con su deber profesional al dar la noticia de la indeseada visita. En su defensa, que titula No hay perdón para el rey, don Ónega nos recuerda que la culpa de todo la tienen quienes rechazan la monarquía providencial, y escribe: las reacciones de todos los partidos que ayudaron a Pedro Sánchez a formar la mayoría de la investidura demuestran que no hay perdón político para don Juan Carlos. Hay mucha mayoría silenciosa y no tan silenciosa que lo sigue queriendo por la magnitud de su obra histórica, pero hay un ejército de portavoces políticos –recordemos, solo el 20 por ciento del Congreso—que lo insultan con las peores palabras.

El rey reinante, al que tampoco ha debido de hacerle gracia la visita de su padre, está a la espera de una circunstancia que le convierta en un ser providencial. El primer intento fue su discurso del llamado 3-O para apretar las clavijas a los indepes catalanes, pero no resultó. La culpa, como siempre, la tuvieron los de la cáscara amarga, pero lo cierto es que don Felipe no pudo en aquella ocasión subirse al podio de los seres providenciales. Otra vez será y ocasiones no han de faltarle. El mundo cambia a velocidad de vértigo y malo sea que una guerra, una pandemia, una crisis migratoria, otro prusés catalán, un volcán en erupción o cualquier otra contrariedad no nos meta el miedo en el cuerpo en dosis bastante para que veamos en don Felipe a nuestro salvador. De hecho, estamos predispuestos y deseando que ocurra.