Calviño, prepárate para el suplicio de las cien preguntas y que el tránsito te sea leve. Suponemos que alguien que ha llegado tan alto en su vida profesional ha pasado por trances más peliagudos que un examen de cien preguntas formuladas al buen tuntún por gente indocumentada, pero en este caso no habrá recompensa profesional ni académica, sino, al contrario, la inquirida saldrá con la reputación manchada sin remedio, como cualquier mujer acusada de bruja por el santo oficio. La muy frenética oposición al gobierno social-comunista de don Sánchez infligirá en sede parlamentaria cien preguntas como cien golpes de hueso de aceituna a velocidad supersónica en el ojo de la vicepresidenta primera, arrancándola de esta despiadada manera del placentario estado  de virginidad en que habitaba hasta ahora. De momento, ya la han acusado de defraudadora fiscal, un delito que va de suyo entre la gente pudiente, como las cocciones y ungüentos de los que acusaban a las que querían llevar a la hoguera.

Doña Calviño tiene como misión en el gobierno frenar o atemperar los desmanes keynesianos de la parte social del ejecutivo, preferentemente de los podemitas, que deben creer que el dinero crece en los árboles. En este desempeño no necesita trabajar, solo levantar la ceja (highbrow es el término que designa al intelectual dedicado a funciones cuyo significado es inasequible para el común) ante cualquier medida de gasto que pudiera alterar el delicadísimo equilibrio financiero sobre el que descansa la unioneuropea de nuestros desvelos. Esta función de ama de llaves la ejerce doña Calviño con una apostura atildada, discreta y subrayada por una tenue sonrisa, que no se sabe si es de complicidad o porque te está perdonando la vida, pero que la convierte en la ministra preferida de la derecha entre esa cuadrilla de radicales que capitanea don Sánchez el Ilegítimo. En la biblia que maneja la derecha, doña Calviño y doña Robles son, o eran, las dos personas justas que salvaban al gobierno de la merecida lluvia de azufre hirviente. La primera guarda el dinero y la segunda, las armas; los dos elementos que la derecha considera esenciales para dirigir el estado. Don Marlaska no ha sabido hacer lo mismo con las fuerzas a su cargo y ya le han mandado un recado en forma de manifestación de polis.

Así estaban las cosas hasta que doña Calviño perdió la gracia. Fue en uno de esos saraos de buen rollo con los que se homenajea a sí misma la clase dirigente en el que la vicepresidenta estaba junto a don Casado y el atribulado rey don Felipe de testigo cercano, cuando doña Calviño dejó escapar que se sentía asqueada, o desconcertada, o turulata, el término exacto no está claro, por la desmedida forma de oposición que ejerce don Casado, el del coño. Incluso dicen que le llamó desequilibrado (¿y quién no lo pensaría?). En aquel momento, el joven y barbado político debió sentirse como se siente un hombre cisgénero entre cuñadas. Doña Ayuso le llama tonto y doña Calviño, zarrapastroso. Hasta ahí podíamos llegar. Raudo, el afrentado llamó a su escudero, don Egea, y le ordenó, vamos a freír a esa tipa a preguntas. ¿Cuántas?, inquirió el proveedor de huesos de aceituna. Cien. ¿Cien? ¿Y de dónde las saco? Te las inventas, coño, como hacemos siempre.