Nieva. En su cubil, el viejo alterna la lectura de Arquitectos del terror de Paul Preston (ed. Debate, 2021) con las informaciones e imágenes de la manifestación de polis y guripas celebrada ayer contra el gobierno. Estas lecturas transversales –medio analógicas, medio digitales- son ya un hábito y en este caso componen una mezcla invernal, deprimente.

El hispanista inglés examina en su libro a un pequeño número representativo de individuos –militares, curas, poetas, algunos poco conocidos ahora pero todos de gran predicamento en su época- cuyos discursos legitimaron la sublevación militar contra la República y el infierno represivo que los golpistas desencadenaron contra los partidarios del gobierno y por extensión contra todos los que no eran de cuerda para instaurar la dictadura. De esta historia se extraen dos enseñanzas, no por sabidas menos pertinentes. La primera, que el odio y el rechazo a la república eran previos e independientes de lo que hiciera el gobierno, y la segunda, que los argumentos que abonaban la sublevación estaban tomados de discursos delirantes y puramente imaginarios sin relación con la realidad, lo que hoy llamaríamos pudorosamente fakes. Cualquier ejemplo de los que se da noticia en el libro vale.

José María Pemán no es ahora más que el nombre de algunas calles en Andalucía y para los más viejos del lugar un vejete dicharachero que escribía en la tercerita de abc y del que emitían algunas tediosas obras de teatro en Estudio 1 de la tele en blanco y negro, pero en su juventud fue un panegirista de la monarquía autoritaria, un capitoste falangista, furioso atizador del odio y entusiasta avalista intelectual de las masacres que jalonaban el avance de las columnas de los sublevados. He aquí una cita del eximio publicista en fecha tan temprana como 1929: la patria se enfrenta a un nuevo problema, atacada en sus cimientos por el comunismo, el separatismo, el terrorismo, el dilema agudo de patria o soviets, de orden o anarquía. ¿No encuentran algún eco de esta soflama en el lema de tinte paranoide comunismo o libertad con el que doña Ayuso cerró su exitosa campaña electoral? O, de manera más precisa, en esta infame ocurrencia de don Casado, para el que la reforma de la llamada ley mordaza es un desarme de la policía porque la  izquierda se propone incendiar las calles cuando el pepé gobierne. El incendio de las calles, siquiera simbólico, tuvo lugar el pasado sábado con la parafernalia pirotécnica de la que se sirvieron los polis manifestantes exhibida sin cortapisa alguna.

El cuerpo funcionarial del orden público es el mejor tratado por el gobierno en los últimos años en que han registrado espectaculares aumentos salariales y mayor dotación de plantillas. Compárese con los sanitarios, los maestros o los investigadores. Por eso, la manifestación no estaba referida a demandas gremiales sino contra el recorte o la matización que la reforma de la llamada ley mordaza prevé sobre el fuero punitivo de la policía en situaciones en la que están en juego derechos ciudadanos fundamentales como los de reunión y manifestación. Es inútil argumentar que los cambios a la ley vienen exigidos en gran medida por el tribunal constitucional y un crítico dictamen del consejo de Europa.

La manifestación no iba de eso; iba de reclamar un estado policial, adobada la demanda con jeremiadas como que la reforma de la ley pone en peligro a los policías ¡y sus familias! La presunción de veracidad que tienen atribuida las  fuerzas policiales se ve acotada en el proyecto de reforma de la ley a que se argumente con datos coherentes, lógicos y razonables. Los fraudulentos motivos que han llevado a la manifestación demuestran lo necesaria que es la reforma para restaurar la presunción de veracidad de la poli. Ahora solo falta tocar madera y esperar que el ministro don Marlaska o a quien corresponda tenga bien sabida y controlada la infiltración de la extrema derecha en las fuerzas policiales.