Creo recordar que Roberto Alcázar, el súper detective de los tebeos de nuestra remota e irrecuperable infancia, pertenecía a la interpol. Aquel tipo al que acompañaba un efebo entusiasta de nombre Pedrín iba por libre pero capturaba a delincuentes de mucha vitola y desbarataba conspiraciones que hoy llamaríamos de estado a mamporro limpio. Era, ya lo habrán adivinado, un trasunto en formato monigote del típico policía franquista que lo podía todo a hostias. Ahora veríamos a aquel héroe de tebeo como una especie de comisario Villarejo, otro funcionario de funcionamiento autónomo, aunque más atlético y menos cebón que el modelo viviente que se pasea por los juzgados.

La interpol, a su vez, es para el ciudadano medio una entidad de perfiles y funciones difusas que es noticia estos días porque para su presidencia ha sido elegido otro policía del perfil de Roberto Alcázar: un emiratí de nombre Ahmed al Raisi, acusado de torturas. El tipo tiene denuncias penales pendientes por estos delitos en cinco países, incluidos Francia, donde está la sede de la interpol, y Turquía, donde se ha celebrado la asamblea en la que ha sido elegido. La elección se corresponde a una organización que ha derivado su agenda policial hacia la persecución de disidentes y refugiados políticos de los múltiples y variados regímenes autoritarios del planeta.

La pregunta es: ¿por qué un tipo de esta catadura es elegido para presidir una organización que debe estar bajo el mandato de la carta de los derechos humanos y del derecho internacional? La respuesta es la pasta. Emiratos aporta a la organización policial más fondos que los demás países miembros juntos y el sistema  dicta que si pagas, mandas. Ojo, pues, con el petrodinero árabe. Se ha adueñado de clubes de fútbol, que son depositarios del único vestigio de sentimentalidad patriótica que queda en los países occidentales de régimen democrático-liberal y, ahora también de la más antigua red internacional de servicios policiales y, por lo que sabemos y nos toca, han tenido subvencionado -¿sobornado?- a nuestro rey emérito durante todo su reinado. ¿En qué medida puede decirse que un país es soberano e independiente cuando su jefe de estado está pensionado por potencias extranjeras?, ¿en qué medida puede decirse que un organismo sirve a la causa de la justicia si está presidido por un funcionario de una tiranía? Y última pregunta de curso de postgrado en derecho y ciencia política: ¿en qué medida puede decirse que Roberto Alcázar, el paradigma de nuestra educación cívica, es un personaje inmortal, como les gusta a los voxianos?