Allá por la segunda mitad de los noventa, un periódico local de esta remota provincia subpirenaica, que dirigía el escribidor, publicó una entrevista con el pretendiente al trono de Navarra. En la remota provincia hay un rollo aldeano que mira con los ojos en blanco al tiempo anterior a que Fernando de Aragón anexionase este territorio a la recién unificada corona de los reyes católicos y he aquí que en el periódico del día aparecía el tipo que iba a restaurar el reyno (así, con ye mayestática). La poca memoria que queda de aquella entrevista dice que el entrevistado era un empresario francés de nombre ignoto que desgranaba, supongo, las genealogías que le llevaban a creerse aspirante a un trono imaginario. El caso es que el periodista que organizó e hizo la entrevista se enrolló con el tema, se vino arriba y la buena nueva se publicó en dos episodios en días consecutivos y en páginas muy aparatosas, como si fuera la noticia del año, como lo de Bosé.

La negación de la realidad tiene muchas facetas y el periodismo también. Los humanos vivimos sumergidos en los sueños y una buena parte de nuestro entendimiento está ocupada  por quimeras y otros artefactos de la imaginación, que nos acompañan siempre. El decoro y la sensata convivencia exigen mantener los fantasmas domésticos a buen recaudo en el ámbito privado pero su exhibición pública es una tentación irresistible. Nadie quiere tener razón solo ante su espejo y, desde la mujer barbuda, los friquis siempre tienen audiencia y los medios son solícitos con sus delirios, así que ¿por qué no soltar tus (malos) rollos en la tele si te invitan a hacerlo?

Miguel Bosé, aquel efebo que canturreaba melodías para preadolescentes, se ha convertido en una especie de conde drácula. Es la edad, la fuente de corrupción más cierta y segura del ser humano. Vivir es envilecerse, que dijo el otro, y si además te ayudas con una generosa dosis diaria de farlopa y otros ingredientes despistantes durante largos años nadie debería extrañarse del resultado. Jordi Évole fue a entrevistar a un amigo y a una estrella del espectáculo y se encontró con un monstruo. El intento de establecer un diálogo sobre bases compartidas resulto imposible. El periodista debería haberlo previsto, aunque desde otra perspectiva, que quizá sea la principal, se ganó la audiencia, bien que una audiencia exhausta después de un año de lucha contra el enemigo invisible cuya existencia negó don Bosé erigiéndose en el gran brujo del cretinismo mundial. Véase por el lado bueno, los prescriptores de la vacunación siempre podrán utilizar este persuasivo argumento: si no te vacunas terminarás como ese tío tan horroroso que ha aparecido en lo de Évole. Estas iniciativas dizque periodísticas dejan un imborrable rastro de vergüenza; este escribidor la experimenta cada vez que recuerda la entrevista al rey de Navarra.