De las aguas revueltas del ocho-eme emerge el rey de los mares para dar tranquilidad a los navegantes, que en este caso son más bien navegantas. Apareció don Sánchez  y con una sedante sonrisa anunció la unidad del feminismo y la pronta resolución de los contenciosos que están a la pugna en el seno del gobierno que preside. Este espectador está tan imbuido de la perspectiva de género en su visión del mundo que no pudo evitar ver al presidente como Poseidón entre las sirenas.

Don Sánchez ha elegido para el desempeño de su cargo el rol de líder carismático. El carisma se obtiene por alguna proeza realizada o por una confluencia astral. Estos tiempos, sin embargo, son refractarios a la épica y descreídos de la astrología, de modo que el carisma ha de ser construido pasito a pasito, píxel a píxel, haciendo la aparición cuando los demás actores ya están en el escenario y han recitado su parlamento. La aparición del líder constituye el apogeo del auto sacramental; el momento en que todas las contradicciones y conflictos quedan anegados en la majestad del aparecido. El mensaje que envía es asombrosamente vacío, pero así son los mensajes proféticos desde los tiempos de Maricastaña. El lenguaje se hizo comprensible cuando se pegó a la realidad y recurrió a la prosa, pero ninguna de estas características encontrarán en la parla de don Sánchez, que es exhortativa, aplaciente y nebulosa. Para decirlo en post moderno: apela a nuestra inteligencia emocional. La realidad no está en la complejidad del mundo sino en lo hondo de nuestros corazones.

Ciertamente, es esta una estrategia que ensayan todos los líderes políticos del circo español pero están en desventaja respecto al jefe de pista porque son más bajitos, más feos y están más atribulados que él. También hay que respetar las reglas de género, que constituyen una ley de hierro; no tiene la misma suerte una mujer entre machirulos que un hombre entre feminazis, que se lo pregunten a doña Arrimadas.

¿Cómo se fabrica un líder carismático?, ¿cómo se hace una estrella de cine? Sabemos de la necesidad de un equipo de auxiliares especialistas encabezado por un director competente. Esta figura parece imprescindible; véase lo que ha hecho el cavernoso eme-a-erre con una aspirante tan poco prometedora como doña Ayuso. En el caso de don Sánchez, señalan en este función a don Iván Redondo, que, de creer lo que de él se dice en la corrala, se está haciendo un hueco en la plana mayor de los grandes poderes en la sombra -Richelieu, conde-duque de Olivares, Rasputín- porque sus maquinaciones son algo más que ornamentales y conciernen a la estrategia de gobierno. Y aquí llegamos a la falla de esta arquitectura. Hay en la figura pública de don Sánchez un componente mecánico, medroso, hueco, de quien ha puesto la carga de la prueba en la apostura física, en la oportunidad del momento y en la opinión del público. Nunca antes hemos tenido en la presidencia del gobierno un líder tan obvio en su papel y al mismo tiempo tan leve, al que más que demandas hay que dirigirle jaculatorias.