Un tópico de la literatura vampírica presenta a las víctimas de Drácula inermes y complacidas ante el poder y la seducción que ejerce el rey de las tinieblas. El partido republicano norteamericano ha caído en ese estado de sumisión hipnótica ante las manipulaciones de Donald Trump. Los republicanos son testigos de la devastación y el descrédito que trae consigo este monstruo de color naranja pero, por alguna razón que ellos mismos no entienden, están paralizados. La clase política  es un colectivo humano muy frágil en situaciones críticas. Está formada por una red de individuos acostumbrados a la disciplina y al cálculo, que abdican con facilidad de su propio criterio y dejan el valor en el armario, y a menudo también la decencia, mientras están a sus rutinas. La cuestión es que esta acomodación les impide reconocer cuándo las rutinas han dejado de serlo. Que esto ocurra en un régimen totalitario va de suyo; lo curioso es que también ocurre en las rutilantes democracias occidentales.

Funcionarios electorales del partido republicano del estado de Georgia han levantado la voz para que cesen las amenazas que sobre ellos mantienen los trumpistas para que fuercen una declaración de fraude electoral que no ha existido, como todo el mundo sabe y han sancionado los tribunales. Algunos de estos funcionarios están bajo protección policial por las insidias de sus correligionarios. Pues bien, los senadores y demás prebostes del partido -¡el partido de Abraham Lincoln!, como recuerdan cuando se ponen cachondos- no ha dicho ni una palabra en defensa de estos funcionarios y, por el contrario, la oruga de color calabaza que está al frente del tinglado ha redoblado las amenazas contra los desafectos en tuiter.

Trump ya anunció que su derrota sería interpretada por él mismo y sus secuaces como un fraude electoral. Lo anunció antes de que tuvieran lugar los comicios dando por supuesto que esta gravísima anomalía no solo era posible sino prácticamente segura en la medida que las encuestas le daban como perdedor. Es lo que ahora se llama construir un relato y los relatos, en la medida que son obra de la imaginación y tienen un carácter legendario, como Drácula, son invulnerables a la evidencia empírica. Esta técnica se ha llamado desde tiempos inmemoriales demagogia y en la cultura política contemporánea ha dado innumerables frutos.

Los funcionarios electorales de Georgia están siendo amenazados por los squadristi de este principio de siglo y quienes debían salir en su defensa callan, como ocurrió hace cien años. En tiempos de crisis general, y este lo es, qué duda cabe, el macizo de la raza exige certezas simples, sueños que pueda protagonizar y causas a las que pueda sumarse sin reflexión ni escrúpulos. En las élites, que han fracasado en su obligación de dispensar seguridad y bienestar a la población, reina un cálculo medroso sobre qué fuerza política defenderá mejor sus intereses, y una buena parte, quizá mayoritaria, de estas elites piensa que Trump es su opción. Trump über alles, incluso por encima y a pesar de este artefacto tan antiguo y regresivo como las elecciones democráticas.

En España, la situación  empieza a ajustarse a este patrón. El partido trumpista cuenta con más de cincuenta diputados y, lo que es más importante, tiene la hegemonía del discurso de la derecha. A don Casado le está resultando muy difícil sustanciar su ruptura con los voxianos. Por ahora nada le distingue de ellos ni en las propuestas ni en la retórica y entre sus filas hay muchos, como doña Aguirre, que echan en falta al hermano separado y urgen a volver a su vera. Pero aquí no se trata de pleitear por un presunto fraude electoral; aquí vamos a la raíz y el coste de la operación ya está evaluado: veintiséis millones de fusilados. Los voxianos reconocen que el contable que ha hecho el cálculo es de los suyos. Aquí el vampiro muerde en carne viva y en venas palpitantes, como sabemos.