La entrevista al líder voxiano en la tele pública tuvo un 12% de audiencia, lo que no es mucho en términos absolutos pero es más que la atención que recibieron don Sánchez y don Casado en idéntica circunstancia. Lo cierto es que la ultraderecha sigue creciendo en la intención de voto; poco, pero más que los otros partidos, que permanecen estancos o decrecen. Vox es un gas –más que una organización o un proyecto político- que llena un vacío del que no se conocen sus dimensiones reales ni potenciales. Nadie, por ahora, parece imaginar la posibilidad de que la ultraderecha, el nacionalpopulismo, el neofascismo o como quiera llamarse, vayan a llegar el gobierno pero es obvio que, también por ahora, no lo necesitan porque han conseguido hacerse oír y ser tenidos en cuenta. La derecha, para gobernar con su apoyo; la izquierda, para ocultar sus propias carencias, y en conjunto por el frágil equilibrio parlamentario sobre el que vox se ha convertido en la voz más estridente. Es la cabeza de playa, en nuestro país, de una internacional reaccionaria que ya está sentada en el gobierno en otros lugares, así que ha llegado el momento de tomársela en serio porque no es improbable que su discurso coloree el mundo occidental en los próximos años. (Véase la última sentencia del tribunal de Estrasburgo sobre las medidas contra la inmigración irregular).

La tele pública ofreció al líder voxiano el formato estándar de la casa, exquisitamente neutral, en el que las preguntas eran solo pies de texto para que el entrevistado desplegara sobre ellas su discurso. Don Abascal, un personaje ignaro e inseguro, había preparado a su público para una mala actuación mediante un previo discurso victimista en el que las condiciones materiales de su presencia en el plató –el tiro de cámara, el maquillaje, la iluminación, la alta temperatura del estudio– habrían sido manipuladas por la corporación televisiva para descalificarle, pero no fue necesario el gimoteo porque el resultado de la prueba telegénica fue bueno para sus intereses. Don Abascal y su gente ejercen un efecto intimidatorio en sus interlocutores porque inducen a la sensación de que van a emprenderla a mamporros con ellos, y este estado de ánimo era perceptible en el entrevistador. El evidente malestar que envolvía la entrevista operó a favor del entrevistado.

Por lo demás, el discurso voxiano funciona como el método paranoico-crítico, que pregonó Salvador Dalí. La mente aquejada de paranoia funciona bajo el imperio de una obsesión dominante y encuentra en la realidad rasgos y pruebas que la corroboran, inapreciables para el común, y que se manifiestan relacionadas entre sí en las circunstancias más dispersas y heteróclitas. En este relato, la distinción entre verdad y mentira es inoperante. Por ejemplo, si don Abascal y sus huestes han puesto en la diana a los inmigrantes y al movimiento feminista, es obvio para ellos que la mayoría de las violaciones en manada son perpetradas por los menores acogidos en los centros para extranjeros. No importa que esta afirmación esté en contra de toda evidencia probada porque utilizar métodos empíricos o analíticos para contrarrestar el discurso paranoico es inútil. Podría argumentarse que los cuatro y pico millones de votantes voxianos no son paranoicos. No, pero se sienten atraídos por la paranoia porque es la única enfermedad que da la razón al paciente y el consuelo de saber que los culpables del mal son los otros, los que vienen a invadir tu mundo, ya sean inmigrantes africanos, mujeres feministas o cualquier otra fantasmagoría contra la que don Ortega Smith, otro preboste de la cosa, se entrena disparando al blanco con un fusil de asalto. Pocas bromas con la paranoia voxiana en un país cretinizado durante cuatro décadas con el espantajo de la conspiración judeomasónica.