El amigo Quirón tradujo al castellano, hace un montón de años, las memorias de Mijail Gorbachov. Dos tomos tremebundos que duraron en las  librerías menos que una hoja de otoño en la acera. Luego, el último líder soviético ha escrito más volúmenes memorialísticos, con idéntico éxito de público. Se puede rastrear su existencia en los circuitos de segunda mano; uno de los proveedores de este material tiene el apropiado nombre de Almacén de los libros olvidados. Hay pocas dudas de que Gorbachov es uno de los personajes más significativos de la historia del siglo XX, en cuyo desenlace fue determinante, pero para cuando quiso rememorarse a sí mismo la historia le había dejado atrás. Era lo que en Hollywood llaman con atinada crueldad un has been.

No hay probablemente género más volátil y desdeñado que las memorias y autobiografías de los políticos. Sin embargo, su redacción y publicación parece un obligado rito de paso a la reserva o, definitivamente, a la jubilación, quizá también sea un salvoconducto para iniciarse en la nueva fase de la vida como charlista y corredor de bolos por toda clase de clubes de gente ociosa. Hay dos razones para ignorar lo que los políticos dicen de sí mismos en sus memorias. La primera, que han vivido y viven en un universo ajeno, distante y a menudo enfrentado con el del común, donde la percepción de los hechos y la lógica que los guía no coinciden nunca con los de sus hipotéticos lectores.

La segunda razón es que el lector no puede sacudirse de encima la imagen que tiene del autor. La escritura no la modifica sino que la confirma; la literatura de este género opera como un pie de foto. Don Rajoy se ha visto impelido, él sabrá por qué, a pasar el trance de publicar sus memorias. Los adelantos de la prensa dan noticia de que su prosa es tan obvia y cansina como lo fue su estilo de gobernación. Su visión del mundo estaba ahormada a la de un conservador arcaico de manual, astuto y firme en la defensa de los intereses y hábitos de su clase, más allá de los cuales el mundo es terra incognita. Descreyó de la crisis climática, no quiso afrontar la escalada del independentismo catalán, recortó el bienestar del país, asistió a la corrupción de su partido como quien contempla la lluvia tras el cristal de la ventana y fue duro al negar fondos para  la reparación de la memoria histórica y, sobre todo, implacable en el recorte de derechos de los trabajadores.

Y todo lo hizo sin salirse de la razón conservadora, sin aspavientos ni desbarres, con cachaza bovina y convicción de cacique de aldea. El griterío revisionista que se levantó en su partido cuando dejó el mando fue injusto y mezquino. A don Casado le falta mucha mili para convertirse en el rocoso y depurado derechista que es don Rajoy. ¿Me hubiera gustado haber hecho más?, se pregunta el has been,  ¿y a quién no?, subraya con su típica retórica redundante. Pero valorando cuidadosamente unos factores y otros, mi balance personal es satisfactorio, se responde. He aquí un hombre que duerme a pierna suelta y al que la conciencia le ronronea como un gato de angora. Las memorias de los políticos son analgésicas y sedantes.