Don Sarkozy y don Aznar, tanto monta, etcétera, se reúnen en el paraninfo de una universidad para impartir doctrina al alimón. Paraninfo designa también al padrino de bodas y ahí estaban los dos padrinos, cada uno a su estilo, echando peladillas a voleo sobre las cabezas de una muchachada estudiantil entregada. En resumen y sin sorpresa alguna, ambos desembocaron en un mensaje común de rechazo a los inmigrantes que ha permitido que, en Francia, el frente de Le Pen sea la segunda fuerza política y, en España, los voxianos, la tercera. A eso llaman los dos padrinos defender el orden liberal. Don Aznar, a su jovial modo, afirmó que las democracias liberales viven su momento más angustioso. Nuestro ex presidente procede de una cepa política en la que saben desde la cuna que el miedo constituye un clima idóneo para los negocios y mientras él inyecta pánico al público, micrófono en mano, los negocios de su familia hacen caja.

Don Sarkozy procede de un entorno distinto y llegó a la misma conclusión antimigratoria (es decir, islamófoba) que su colega de ponencia por otras veredas. Alegó para ilustrar su tesis que los europeos tenemos raíces judeo-cristianas y que los recién llegados han de ser respetuosos con las costumbres occidentales. Estas afirmaciones producen una sonrisa melancólica si se cotejan con la verdedera historia europea. No hace falta advertir que a don Aznar, cristiano viejo, no se le hubiera ocurrido nunca pensar que tiene raíces judías, y menos sabiendo que su terruño fue durante ocho siglos tierra del islam. Pero Sarkozy es de origen judío (sefardí de Salónica, es decir, meridional y quizá español), lo que en Europa significa que es un superviviente y está interesado en cavar un nido en la cultura dominante que él define con el binomio judeo-cristiano. Una nota marginal: ¿y qué hay de la tradición griega, que inventó la democracia y a cuyos herederos directos la Europa ordoliberal ha puteado hasta lo indecible? Los ilustrados padrinos del paraninfo no la mencionan.

Probablemente, no ha habido en la historia de la humanidad dos tradiciones más encarnizadamente enfrentadas que la cristiana y la judía. La primera, triunfante desde el siglo IV, estigmatizó, marginó, persiguió y finalmente intentó, con éxito más que relativo, exterminar a la segunda, y algo tuvieron que ver en esta tradición judeófoba los ancestros políticos de don Aznar que probablemente fueron los que expulsaron de España a los antepasados de don Sarkozy. Después de la última salvajada contra los judíos, perpetrada hace solo ochenta años y de la que aún no hemos conseguido levantar cabeza, los supervivientes han adquirido, con el consentimiento y el apoyo de sus antiguos verdugos europeos y cristianos, un estatus nuevo, como neocolonialistas en Palestina a cuya población autóctona tienen sometida y privada de derechos nacionales. Hoy, el antisemitismo comprende, no solo la persecución y la agresión a los judíos sino la mera crítica de las políticas israelíes en relación con sus vecinos árabes. La acusación de antisemitismo se ha convertido en un latiguillo para detectar y denunciar a hipotéticos críticos del sistema global, que se lo pregunten al atribulado líder laborista británico, míster Corbyn. Pero, como en tiempos de crisis es necesario encontrar algún colectivo que opere de chivo expiatorio y canalice el malestar social, el antisemitismo de antaño ha mutado por arte de birlibirloque en islamofobia.

Don Aznar y don Sarkozy son los padrinos de unas nupcias celebradas hace ya tiempo y de las que ya no quedan más que divorcios, familias desestructuradas y empleados de hostelería en el paro, pero ellos parecen encantados de seguir en la celebración. El misterio radica en el atractivo que sus brindis ejercen, al parecer, sobre la juventud universitaria. De ser cierta esta hipótesis, estaríamos ante un fenómeno muy preocupante: el vacío en el que flotan las sociedades europeas lo llena solo un discurso unilateral, el de la extrema derecha.