La ciencia nos librará de la barbarie. Un viejo mantra humanístico e ilustrado que no siempre funciona como se espera porque la ciencia es básicamente un camino de prueba y error. Pero la capacidad movilizadora de la consigna en sus términos generales sigue intacta. Ahora va resultar que la corporación científica nos librará, con suerte, del fascismo. De momento, los científicos se han erigido en fuerza de choque ante la pasividad de quienes les corresponde en primer lugar la misión de defender el sistema democrático. Mil setecientos investigadores y académicos, que se dice pronto, han acordado en unas horas la firma de un manifiesto contra la torrencial sarta de mentiras que profirió el caudillo voxiano, don Abascal, en el debate electoral de triste memoria, ante la muda pasividad de sus contrincantes (excepto don Iglesias, en algún momento), más atentos a sus intereses electorales que a la verdad y al respeto que deben al público.  La novedad de este acontecimiento no son las trolas voxianas, desmontadas al día siguiente por varios medios, sino la inédita celeridad y contundencia con que ha respondido la comunidad científica.

La ciencia exige una sociedad articulada, libre y esperanzada, y una clase dirigente refinada y responsable ante el público al que gobierna. Nada de esto parece abundar ahora mismo entre nosotros, lo que explicaría que el franquismo voxiano penetre como un bulldozer en el edificio, aplastando cimientos, derribando paredes y cortocircuitando las conexiones nerviosas que lo mantienen erguido. La estúpida mudez con que  sus contrincantes en el debate –los famosos constitucionalistas– aceptaron la averiada mercancía voxiana se excusa en una explicación táctica. Para la derechita cobarde es el hijo pródigo cuya ayuda les es imprescindible para gobernar; para el pesoe  es el artefacto sobrevenido con el que espera movilizar a la izquierda. Pero lo cierto es que todos ellos lo ven como el matón de patio de colegio y, sin decirlo, le temen porque es el espejo de su propia impotencia para organizar el juego y hacer respetar sus reglas.

La situación es la siguiente: la derecha rompe la vajilla y la izquierda no sabe ni cómo frenar el estropicio ni cómo recomponerlo. Derechas enfebrecidas e izquierdas perplejas, y la juerga sigue en Barcelona y en Madrid, los dos polos de la tensión nacional que se alimentan uno al otro. El parlamento catalán aprueba el derecho a la independencia y el parlamento madrileño aprueba poner fuera de la ley a los independentistas. A ver quién puede más. Entretanto, don Sánchez reconoce que estamos en un laberinto y el preboste podemita catalán censura a una correligionaria que ha calificado al prófugo don Puigdemont de vivales.  Pero, vamos a ver, desde una perspectiva medianamente razonable, ¿qué otra cosa es ese personaje? Hemos perdido las referencias, menos mal que aquí llegan los científicos para rescatarnos de la confusión.

P.S. Todo tiene enmienda y, por lo visto y oído en el último debate electoral, las candidatas habían tomado nota de los errores de sus compañeros y jefes en el debate precedente. Todas menos la voxiana.