La legislación electoral española trata a los votantes como si fueran filósofos y como si, ante la cercanía de las urnas, su hábito fuera encerrarse en la cálida umbría de la biblioteca (*) o sentarse en la barda ante la puesta de sol en los horizontes de Castilla para reflexionar cuál habría de ser el sentido del voto que remediará los males de patria, ay. La legislación electoral prohíbe la publicación de encuestas en los días previos a la fiesta de la democracia y, sobre todo, instaura la víspera un llamado día de reflexión, es decir, de ayuno informativo y abstinencia de opinión, como un viernes santo que precede al domingo de resurrección.

Ninguna otra forma de competición funciona de ese modo, interrumpiendo el crescendo de la carrera con un apagón informativo. ¿Se imaginan cómo funcionaría el mundo si las bolsas de valores que lo gobiernan interrumpieran durante unas horas el vaivén de información sobre la marcha de las cotizaciones? Cuando Tokyo y Shangai cierran la sesión, Franckfurt y Londres la abren y, cuando estas cierran, Nueva York toma el relevo y así el infatigable dinero circunda la Tierra a la vista de todos, como si fueran los anillos de Saturno, otro planeta, por cierto, aciago, donde no hay posibilidades de vida. Y aquí estamos, en el vórtice de este tornado, reflexionando a oscuras, como un literato del 98 o como un monigote del recordado Forges.

Véanse las elecciones como una carrera de galgos en la que los debates televisados permiten observar a los corredores en el cajón de salida pero, apenas iniciada esta, se nos veda el conocimiento de su desarrollo. ¿Quién va primero, quién le sigue pegado al rabo, quién tiene posibilidades de ganar en la recta final? Los votantes estamos con el alma en vilo frente al tablero de apuestas fundido en negro. A falta de información sustantiva, la atención se aparta de los galgos y se dirige espontáneamente a los pavos que ocupan el palco vip del canódromo y ahí está doña Rosa Díez,  con su aire pinturero y su afición inmarcesible a las carreras en las que siempre entra en meta detrás del coche escoba. Y un poco más allá, doña Laura Pérez, otra superviviente de los quebrantos podemitas en la remota provincia subpirenaica, de los que fue un agente activo, que se ha montado un chiringuito particular de nombre previsible –nafarroa orain– para seguir en el circuito apoyando ahora al galgo de otra cuadra, para que se chinchen sus ex. Alguien se pregunta cómo nos iría si los machos alfa de la carrera fueran hembras. Pues nos iría igual. Y en esas estábamos, reflexionando, cuando llegó un pitbull  y nos comió a todos. Fin de la reflexión y del cuento.

(*) Cuidado con las lecturas en estas fechas porque pueden ser muy dañinas para el  ánimo que se espera en un votante español. En singular, debe evitarse el último libro del historiador Paul Preston, una historia de España entre 1874 y 2014 desde la perspectiva del mal gobierno y la corrupción de la clase dirigente. El título lo dice todo: Un pueblo traicionado. Que el próximo domingo va otra vez a las urnas.