El debate electoral  en el primer canal de la tele pública coincidió ayer con la emisión, en el segundo canal, de un episodio del comisario Montalbano, el poli inventado por el escritor siciliano Andrea Camilleri. Imaginen a qué canal se dirigió la atención del espectador. En la uno, un gallinero áspero, irreal, repetitivo, bronco a ratos, guiñolesco otros, tedioso siempre; en la dos, una ciudad meridional resplandeciente bajo el sol, mujeres hermosas e inquietantes, hombres atractivos y vulnerables (como Marcello Mastroianni el inmortal), mesa bien servida y buen vino en una terraza a orillas de un plácido mar. Un escenario donde el crimen es solo un accidente necesario, el contrapunto referencial para celebrar la bondad y la gracia de la vida. Al otro lado de la pared virtual, a una pulsación del mando a distancia, la bronca familiar parecía una escena del expresionismo alemán, fascistas incluidos. ¿Y si las dos caras de la misma moneda televisiva son una representación fidedigna de Europa?

La series policíacas que producen los europeos son invitaciones para que el espectador conozca el paisaje y las costumbres del país, y excepto algunas producciones nórdicas, empeñadas en explorar los túneles del infierno, las francesas, inglesas e italianas son elegantes y amables, y en ellas el crimen es un macguffin para activar la acción y un pretexto para el final feliz. Dos rasgos distinguen estas ficciones europeas de sus análogas americanas: el crimen no forma parte constitutiva de la trama social y los polis no usan pistola; algunos, como el italiano Montalbano o el inglés Barnaby, ni siquiera la llevan encima. En las series francesas, los investigadores son de ordinario una pareja, hombre y mujer, entre los que invariablemente se establece una tensión sexual que colorea la búsqueda del malo y a menudo se impone sobre este objetivo. Es imposible no amar esta Europa.

Al otro lado del tabique sigue la bronca, cuando ya Montalbano ha dado por concluida la tarea y pasea con su novia por la límpida playa junto a su casa en el plano final del episodio. La bronca, inaudible para los personajes de la serie pero no para el espectador, indica que algo ha quedado pendiente. El poli se va, después de todo es un funcionario, y la merdé sigue ahí. No sabemos quién es el asesino, aunque alguno apunta maneras, pero todos son sospechosos. ¿Llegará un día en que los políticos serán tratados con la suspicacia que merece un presunto delincuente?  También de eso hay indicios, pistas. En fin, esperemos al episodio siguiente.