Parece que una de las piezas clave del rompecabezas catalán hay que buscarla en Ginebra, ciudad de acuerdos y conspiraciones internacionales, donde se celebró el verano pasado una reunión en la que participaron el aventurero don Puigdemont y su vicario en la tierra don Torra entre otros dirigentes independentistas con el objetivo de pergeñar la estrategia de respuesta a la sentencia por antonomasia. A las manifestaciones masivas y pacíficas, que se daban por sentadas, en la reunión se añadió, supuestamente, un poco de creatividad destinada a colorear en las teles y redes sociales la respuesta de Cataluña ante la agresión del estado opresor con un tinte heroico y martirial. Lo cívico ya no se lleva porque no luce en el telediario por demasiado visto y porque no asusta al estado. La ira independentista y el malestar de buena parte de la sociedad catalana por la  desmesura de las sentencias proporcionaban argumentos políticos y recursos humanos para elevar unos grados, bastantes, la temperatura de la situación.

La tarea de impulsar estas acciones se dejó en manos de tsunami democràtic, una nueva e ignota etiqueta formalmente ajena a los partidos independentistas y al propio govern. Una mano invisible para guiar al pueblo. El modelo era Hong Kong y la acción estelar, la ocupación del aeropuerto para darle a la protesta una proyección internacional  inmediata.  La ocupación funcionó durante unas horas pero en lo sucesivo los activistas, sin aparente dirección, se replegaron al centro de la ciudad para emplear tácticas convencionales de enfrentamiento contra la policía en horario nocturno, que convirtieron la épica de la protesta en un peligroso incordio para los vecinos y arruinaron la imagen de la causa. La violencia callejera opacó las manifestaciones pacíficas y dejó en evidencia a las instituciones catalanas, que flotan desarboladas en medio del tsunami, y en especial al  inefable don Torra, completamente desacreditado, que, primero se niega a condenar la violencia, luego pide un encuentro con el presidente del gobierno central, y por último anuncia en sede parlamentaria su intención de volver a las andadas. Más madera, aunque esté completamente mojada.

Dos datos de las últimas horas ofrecen indicios de la desfavorable deriva de los acontecimientos para los intereses del soberanismo. El primero, la declaración de don Artur Mas de que el independentismo ha ido demasiado lejos y demasiado rápido. Es notable esta manifestación del personaje al que puede atribuirse sin error la responsabilidad histórica de que el independentismo adquiriera la masa crítica y la velocidad de crucero que le ha llevado al punto donde ahora está, aunque no haya sido responsable de los desarrollos posteriores.  El segundo dato es un comunicado de quienes manejan el tsunami doliéndose de que se equiparen sus acciones con el terrorismo y poniendo como ejemplo aplicable las recientes (y heroicas, estas de verdad) marchas de los jubilados que quedaron invisibles  en los noticiarios precisamente por los actos de violencia en Barcelona. La rebelión de los ricos busca la salvaguarda moral de las protestas de los pobres para sus propias fechorías.