Prueba nº 1. Oído en la calle. A la puerta de un pequeño comercio del casco antiguo de la ciudad charlan la dueña del establecimiento y una clienta, y la primera dice: yo lo que digo es que, si quieren quemar algo. que vayan al parlamento y lo quemen, los contenedores no tienen la culpa.

Prueba nº 2. Leído en internet. En una web que anuncia el caos se dirigen al diputado don Rufián en una carta abierta: parece usted preocupado por los brotes de violencia que se han vivido estos días en Catalunya (…) asegura que la gente a la que denuncia no representa al independentismo catalán (…) ¿acaso cree que ERC y JxCat lo representan? (…) le señalaremos una violencia que usted practica y nunca ha condenado; violencia es que usted disponga de más de 7.000 euros para pasar el mes (alrededor de 87.000 al año) mientras en Catalunya, donde también gobierna ERC, su partido, existe muchísima gente que no tiene ni dónde caerse muerta.

Prueba nº 3. Visto en la tele. Una pintada en el asfalto de una calle de Barcelona reza Llibertat, en mayúsculas y con la ‘A’ encapsulada en un círculo. El clásico símbolo de la acracia callejera.

Los aprendices de brujo no son capaces de imaginar el acervo de creatividad y resentimiento que anida en la gente a la que dicen representar. Quién sabe si no estamos ante una mutación del signo político dominante. A la mayoría bienestante que impulsó la revolución sonriente le sustituye una liga de menestrales, botiguers y faístas, tan catalanes como la bona gent que quiere creer que Espanya els roba. Los hermanos Miquel y Josep Badía, a los que don Torra ha homenajeado en público, fueron en los años treinta un par de fascistas creadores de milicias en pos de la independencia y policías de la Generalitat con mano muy dura con los obreros,  finalmente asesinados por pistoleros anarquistas de la fai. En este momento, don Torra no sabe si quienes están incendiando Barcelona son los de Badía o los de Durruti. Es una confusión históricamente muy arraigada en la elite política del catalanismo.

No hay problema, el gobierno central tiene el remedio y un plan escalonado de tratamiento según la evolución del enfermo, a saber: espera prudente a que baje la fiebre con unos porrazos rutinarios a los alborotadores (pesoe); ley de seguridad nacional (pepé), artículo ciento cincuenta y cinco para los restos (ciudadanos) y estado de excepción (vox). La gradación de la dosis medicamentosa dependerá de la evolución de los síntomas y de quién ocupe el cargo de cirujano jefe después de las elecciones. Por ahora, la fiebre no amaina y en las encuestas sube la derecha. Los indepes ya deben saber una cosa segura: en el mejor de los casos, don Sánchez no hará nada en relación con Cataluña sin consensuarlo con el pepé. Vuelta a la casilla de salida.