Frau Merkel tiembla. Irreprimibles sacudidas agitan brazos y piernas mientras sobrevuelan el aire las notas del himno nacional. Un minuto interminable. No es nada, el calor, un poco de deshidratación que resuelve bebiendo tres vasos de agua. Los médicos explican que no ocurre nada grave y una corte de políticos, diplomáticos y periodistas se apresuran a glosar que la canciller tiene una agenda extenuante, dieciséis horas diarias de aquí para allá sosteniendo sobre sus hombros Alemania, Europa y quién sabe qué  más. Frau Merkel es la forzuda del circo europeo, el pilar de nuestro modo de vida.  Su figura sobria, robusta, resolutiva en los telediarios da confianza a los corazones y seguridad a las cuentas corrientes, si las tenemos, así que estamos prestos a creer los apresurados y consoladores argumentos que han seguido al incidente. En la era precientífica, el desbocado temblor de un rey al frente de sus tropas, cuando recibe a un dignatario extranjero, hubiera sido un augurio aciago. El ejército se hubiera dispersado, la ciudad se hubiera entregado y los campos hubieran quedado en manos de los invasores. Nada de eso es pertinente ahora. La jefa ha salido por su propio pie del incidente; la guardia de respeto ha permanecido firme en sus puestos y el dignatario extranjero estaba para rendirle vasallaje y no para usurpar la corona. Todo en orden.

Sin embargo, es imposible despachar el episodio sin tener en cuenta las metáforas que arrastra. ¿Hacía tanto calor en Berlín como para abatir a una europea septentrional aún joven y de razonable salud?, ¿estamos ante una manifestación, otra más, del cambio climático?  La pregunta trae la imagen de un errático oso blanco buscándose la vida entre las terrazas de la Unter den Linden. Fue un rey en el hielo y es un mendigo con el hocico hundido en los cubos de basura de la pizzería entre turistas ataviados con camiseta y chanclas. La Europa que pastorea frau Merkel está recorrida por un malestar sin nombre del que son componentes, entre otros, el aumento de las temperaturas, el estrés que aflige a los individuos y la vacuidad del poder, rasgos todos presentes en el episodio de los temblores. La mujer dizque más poderosa del mundo ha demostrado ser una líder inteligente y sensitiva, lo que, en términos evolutivos, significa que posee sensores que no se encuentran en el común de los humanos para detectar los movimientos de la historia a gran distancia y profundidad. ¿Y si los temblores fueron consecuencia de un seísmo bajo sus pies que solo ella registró?