Mi amiga inglesa usa un dicho: when the going gets tough, the tough get going, más o menos traducido como cuando la marcha se hace dura, los duros siguen marchando. En inglés suena más percutiente y a mí me recuerda al coronel Nicholson, el inolvidable personaje cinematográfico que interpreta Alec Guinness en El puente sobre el río Kwai, al frente de la zarrapastrosa pero muy marcial tropa de prisioneros británicos silbando la pegadiza tonadilla que compuso para la película Malcolm Arnold mientras marchan sobre el puente que han construido para los japoneses y que está condenado a la destrucción a manos de un comando de saboteadores enviado por el mando inglés. Las suntuosas puestas en escena del cineasta David Lean envuelven siempre un drama moral de alto voltaje, que tiene que ver con la traición. Nicholson se obstina en defender el principio de que los oficiales cautivos no están obligados a trabajos forzados y deben seguir al frente de su tropa en las tareas que se les ordene. La tenacidad y la energía de Nicholson consiguen torcer la voluntad del jefe japonés del campo de concentración, que le pone al frente de las obras de construcción del puente, misión en la que el coronel inglés aplicará toda su capacidad y empeño perpetrando así un delito de traición por colaboración con el enemigo.

Esta mañana el coronel Nicholson ha vuelto a mientes porque lo menciona en su columna el admirado John Carlin, quien viene a compararlo con doña Theresa May, que, como el coronel de la ficción, ha pasado de heroína a traidora a medida que se dejaba llevar por la lógica de su misión. A May no le gustaba el brexit como a Nicholson no le gustaba ser prisionero, pero puestos en esta adversa circunstancia, ambos actuaron como si su deber fuera avanzar con todos los recursos disponibles en la dirección impuesta, hasta las últimas consecuencias. Al final de la película, Nicholson es un personaje enajenado y doña May ha devenido en un personaje ridículo y rechazado. Me pregunto si hay en esta actitud algo que se pueda atribuir al carácter inglés, lo que quiera que sea eso. Lo seguro es que no tiene nada que ver con nuestro celtibérico modo de hacer las cosas. El catexit y el puente sobre el río Ebro también enfrentaban dos posiciones contrapuestas pero en ambos bandos los adversarios llevaban su misión con reservas, como de broma. A. no quería la independencia y B. no quería suspender el autogobierno de Cataluña, según hemos sabido ahora en el making-off que se está editando ante el tribunal supremo, si bien A. proclamó la primera y B. ejecutó la segunda. Lo que convierte en trágicos al coronel Nicholson y a la primera ministra May es la total ausencia de marrullerías en su estrategia. Aquí no hay riesgo de eso; las marrullerías nos salvan de la locura pero no de la idiotez. A cada uno lo suyo.