El verano parece una foto robot o un bosquejo al carboncillo, nunca mejor dicho, del apocalipsis. Bosques incendiados, ciudades atravesadas por torrenteras imparables, puentes hundidos, autopistas bloqueadas, aeropuertos colapsados y gente que va y viene de un lado para otro con la urgencia o el espanto pintados en la cara, ya estén a la espera del avión que nunca llega, huyendo del incendio que amenaza su casa o de los turistas que ocupan su barrio, o plantados en la cuneta tras sobrevivir a un accidente de tráfico o hacinados en una patera que no alcanza la costa. Más lejos, en el horizonte, otros innumerables seres en calzón de baño y las chichas al sol diríase que esperan sobre la arena tibia y junto al manso mar la llegada del juicio final. El verano es la época en que la naturaleza se reivindica a sí misma y, embravecida por el asueto de quienes la han sometido, descose las costuras de la civilización que la oprime y busca el retorno a su estado prístino, cuando la humanidad era un accidente insignificante en el mundo recién nacido. El sopor estival de antaño ha mutado en una irritación universal, una suerte de pandemia histérica  en la que una mujer que no se siente atendida en un hospital pega fuego al establecimiento.

El gobierno de don Sánchez también dormita, no se sabe si por gusto vacacional o por cálculo, y como si jugara a los naipes en el chiringuito playero, tanto echa un órdago como pasa en la siguiente mano. Acogió a bombo y platillo a unos centenares de migrantes africanos que había rescatado el buque Aquarius y rechaza ahora a otros tantos en idénticas circunstancias, tal vez como consecuencia de la lección de realpolitik que sin duda don Sánchez ha debido recibir  de frau Merkel en el melancólico criadero de linces de Doñana. La canciller está en el declive de su carrera; fue buena cuando hubo que mantener a raya a los perezosos países meridionales  –esos incorregibles pigs– donde se tuestan el pellejo los jubilados de septentrión,  pero entretanto no ha podido evitar que la extrema derecha le comiera el pan del morral en su propia casa. Frau Merkel y su mundo han basculado de la ética luterana que glosaba Max Weber al populismo nacionalista que predicó y puso en práctica no decimos quién. Cuídate de los ángeles negros que vienen por mar desde las costas de Libia, le ha susurrado frau Merkel a don Sánchez mientras ambos echaban un puñado de pienso en el comedero del ibérico lince enjaulado. Don Sánchez piensa en el dúo dinámico casado/rivera y hace caso a la voz de la experiencia. No hay país más germanófilo que el nuestro. Ahora será Europa la que se ocupe del Aquarius y su indeseada carga. Europa es el maestro armero del dicho popular, al que hay dirigir las quejas pero del que nadie sabe dónde está, ni qué hace ni para qué sirve. Entretanto, el pasaje del aquariaus espera; los viajeros de ryanair esperan; los pacientes de los hospitales esperan. El verano es interminable.