El oficio del político en el gobierno ha devenido en  guardián de los porcentajes. El gobernante electo deja de ocupar el sillón principal de un palacio que hasta hace poco se conoció como de la soberanía nacional para verse como el conserje de un complejo arquitectónico  en el que tiene una función análoga a la del médico de guardia en la unidad de cuidados intensivos, que no puede apartar la mirada de las titilaciones de la pantalla. El déficit, la deuda, el desempleo, la inflación, la prima de riesgo, el peibé, son porcentajes, guarismos cuya variación se debe a fuerzas innominadas y en gran medida desconocidas de cuya estabilidad depende de una misteriosa manera el bienestar del pueblo. Esta función del gobernante, principal y subalterna al mismo tiempo, es la que le hace aparecer como un personaje achaparrado, vulgar y prescindible, del todo despojado del aura que antes confería el cargo. Los porcentajes cuya volubilidad debe vigilar tienen la perversa cualidad de mantener entre ellos una relación simbiótica y contradictoria. Cuando uno mejora, el otro empeora; cuando uno se encauza, el otro desbarra, lo que empuja al gobernante a aplicar un coma inducido del país que tiene al cargo, y después a una inmovilidad absoluta de sus funciones orgánicas sin límite de tiempo.

Esta gobernanza la aplicó a rajatabla don Rajoy y, a su término, concluyó para sí mismo que había  sido un éxito porque los porcentajes así lo revelaban, sin que le haya servido de nada para que a su despedida le fuera reconocida la labor realizada, porque ¿quién felicita al conserje cuando lo jubilan? La tarea de vigilante de los porcentajes deja mucho tiempo libre, pues el horario laboral del gobernante es a tiempo completo, y la mayor parte de los que ocupan este puesto dedican las horas de asueto a acciones llamadas de gobierno, generalmente ociosas, discursivas y de carácter simbólico, cuya única restricción es que no afecten a los porcentajes. La proliferación del populismo es un signo de esta clase de gobernación, plagada de iniciativas y discursos muy emotivos pero inanes y sandios, cuando no directamente criminales, como la llamada política de los refugiados de la unioneuropea, a los que dejamos morir en el mar porque mientras no pisan nuestro suelo son una variable excéntrica a la ecuación principal y su cómputo no afecta a los porcentajes.

Una pregunta pertinente es cómo funciona un país o conjunto federado de países, como es la ue, en estado de coma, ¿qué le insufla el oxígeno suficiente para que no pueda decirse que está muerto? Es una cuestión clínica muy interesante y tiene una explicación también porcentual. El tres por cierto es la proteína que hace posible el funcionamiento, bien que deprimido, del sistema. Al contrario que los porcentajes mayores, arriba mencionados, que tienen un carácter general y abstracto, el tresporciento es personal y concreto, e insufla el nutriente imprescindible para decir que un organismo está vivo. Del rey abajo, todo el que es alguien en el sistema se ve beneficiado por la corriente energética del tresporciento, y quien está fuera del circuito ya puede creer que está también fuera de los porcentajes mayores. Curiosamente, don Rajoy se ha visto expulsado de su empleo  por una eclosión incontrolada del tresporciento. Era el único porcentaje del que también recibía energía y que se negó a vigilar, y que, por último, ha acabado con su carrera de conserje. Pero, ¿qué harán sus sucesores que pregonan el fin de la corrupción?, ¿qué le ocurre a un organismo al que cierran el gotero que lo mantiene en vida?