Fue Thomas de Quincey el autor que describió una escala de la degradación moral: se empieza asesinando al anciano padre y se termina en la aberración de sorber ruidosamente la sopa de la cuchara. A doña Cifuentes la han obligado a dimitir por sorber la sopa. Antes que eso estaba embarrada en un negocio de falsos títulos académicos, falsificación de documentos públicos y mentiras ante el parlamento, por decirlo resumidamente. Un asunto que ha puesto en jaque la credibilidad de la universidad, ha confirmado, por si hiciera falta, el carácter predatorio del partido gobernante en Madrid y ha descubierto una variante hasta ahora ignota de corrupción. Pero nada de esto iba a obligarla a dimitir. Un carácter hecho de ambición, terquedad y desparpajo en dosis masivas la mantenía atornillada a la poltrona mientras la administración que dirigía se paralizaba, su partido se encaminaba a perder la región más golosa del país, la comunidad universitaria estaba al borde del estallido y propios y extraños contenían a duras penas un ataque de nervios.

En esta estresante situación, algún consigliere ha debido preguntar al don de la famiglia: ¿sacamos el vídeo? Y ahí está doña Cifuentes, sorprendida en el acto de responder ante un guarda de seguridad de supermercado por el hurto de un par de tarros de crema de belleza por valor de cuarenta euros. Requisa del material sustraído, registro de la ladrona, y pago del importe de la sustracción tras el humillante gesto de contar la calderilla como una mendiga, vigilada por el guarda en una sórdida dependencia del establecimiento. Que una mujer que viste y calza ostentosas prendas de marca se eche al bolso un par de tarros de crema de calidad mediocre no puede ser más que por una pulsión de cleptómana y quienes sustrajeron el vídeo incriminatorio de los archivos policiales y lo guardaron durante siete años, lo hicieron con plena conciencia del daño que podía hacerle en el momento en que dejara de ser útil a la banda. Entretanto permitieron que fuera delegada del gobierno, primero, y presidenta de la comunidad de Madrid, después. No es nada personal, solo negocios.

Nunca con más claridad que hoy ha parecido don Rajoy un capo de la mafia. Sus lacónicas declaraciones sobre la dimisión de la presidenta a la que hasta ahora ha agasajado con toda clase de muestras de apoyo en público dan noticia de la gélida razón de estado.  La liquidación de doña Cifuentes ha alumbrado un día verdaderamente feliz para el pepé: ha obviado el delito mayor de la corrupción administrativa de la universidad en la que el partido tiene intereses; ha cortado en seco la iniciativa socialista de hacerse con la presidencia de Madrid a un año de las elecciones; ha dejado sin argumentos a los engallados ciudadanos y los ha devuelto a su tradicional condición subalterna de apoyo al pepé, y, el premio gordo, ha conseguido que el peeneuve apoye la tramitación de los presupuestos con una subida de las pensiones que, con suerte, desmovilizará a los viejos que ocupan la calle y devolverá su voto a los legítimos propietarios. Y por ende, ha tomado medidas para que el parlament pueda elegir gobierno y se desanude el maldito bucle de la política catalana.

¿Y doña Cifuentes? Esa, al chirrión. Por lista.