En febrero de 2015 se produjo un movimiento en izquierda unida protagonizado por una avezada y destacada militante, que abandonaba esta formación para formar otro partido. Era un episodio más del big bang perpetuo en que vive la izquierda. En la rueda de prensa convocada para anunciar tan magno acontecimiento, la protagonista hubo de contestar a dos preguntas formuladas con esa mezcla de presunta malicia y radical ingenuidad que caracteriza al periodismo del país. La primera pregunta era si su objetivo era ingresar en podemos. La respuesta fue tajante y un punto desafiante: no vamos a entrar en podemos, punto, lo puedo volver a decir, no, no vamos a entrar en podemos, punto. La segunda pregunta era más estrambótica, se le preguntó si se veía como primera dama o presidenta de la república española. La interpelada se tomó un tiempo para meditar la respuesta, incluso se repitió a sí misma la pregunta en voz alta antes de replicar con una larga cambiada: ninguna de estas figuras existe en este país y si hemos de luchar por algo será por la república. El circo mediático y político de aquellos días de febrero de hace tres años estuvo focalizado en doña Tania Sánchez. Hoy, es la segunda candidata en la lista de podemos a la comunidad de Madrid. Técnicamente, la segunda dama, toda vez que el puesto de la primera está ocupado por la diputada doña Irene Montero.

Todo cambio político es, básicamente, un cambio de actores. Lo que se juega es la remoción de las elites dirigentes y no ninguna otra cosa que interese a los ciudadanos, como dice el tópico. Un ejemplo: don Rivera intenta fichar al ex primer ministro francés don Valls, actualmente en excedencia, como candidato a la alcaldía de Barcelona. Si no te quieren en un mercado, siempre puedes venderte en otro. Es la globalización. La marcha de la economía, la distribución de las rentas, la paz o la guerra, la mayor o menor desigualdad social, los efectos del cambio climático, en resumen, los augurios del horóscopo de la historia no dependen para nada de la agitación que reina en los partidos políticos en épocas de mudanza, como la que vivimos ahora, ni de sus resultados. El fraude masterizado de doña Cifuentes ha proporcionado innumerables enseñanzas en ese sentido. En el subsuelo del episodio se advierte un cáncer que explica la debilidad y falta de crédito internacional de nuestras universidades, la impunidad y el desprecio a la verdad con que actúan las élites políticas, el servilismo de las autoridades académicas en asuntos de su competencia, la existencia de redes clientelares formadas por paniaguados de toda laya, la parsimonia de los procesos judiciales como coartada, pero, al final, disipada la niebla que proyectan estas cuestiones mayores, lo que verdaderamente está en juego es si doña Cifuentes sigue o no en el machito. Y quién sabe si no lo conseguirá.