En los primeros días de la jubilación, el beneficiario se ve invadido de un ánimo eufórico que le empuja a echarse a la calle para envolverse en paisajes ignotos, experimentar olores y sabores que parecen nuevos y apresar con sus propias manos realidades que le han sido vedadas durante la interminable vida laboral. En este periodo de gracia jubilar, nunca mejor dicho, el sexagenario se siente como un chaval. Una mañana, este jubilado encamina sus pasos hasta la sede regional de podemos para ofrecer al joven y pujante partido sus servicios y sus conocimientos, si sirven de algo. Para participar en un proyecto prometedor, se dice a sí mismo. Es un vejete empeñado en cortejar a una adolescente. La recepción en la oficina del partido es amable y mecánica. Toman nota de su dirección de correo electrónico y un chico parapetado tras la pantalla del ordenador le sugiere que podría formar parte del grupo de argumentario. El palabro es repulsivo, pero no es cosa de ponerse melindroso de entrada y acepta. Luego resulta que el grupo no responde a la idea presencial (como el máster de doña Cifuentes) que tiene el viejo de lo que es un grupo sino que es un chat de internet a través de telegram (la red presuntamente restringida que por una gotera se las ha puesto moradas a los morados).

El jubilado asiste cautelosamente a las deposiciones de argumentario que se cuelgan en el chat y comprueba no sin sorpresa que pueden clasificarse en dos grupos: elucubraciones presuntamente teóricas y análisis de vocación sesuda debidos a algún militante de mayor edad,  de la misma marca que los galimatías de la izquierda en los años setenta, y las respuestas juveniles de la mayoría de intervinientes, expresadas en frases espasmódicas  y jolgoriosas, a menudo solo mediante una ristra de emoticonos. Nada reconocible con lo que el jubilado entiende por política. La curiosidad del viejo fue languideciendo y dejó de husmear en el chat hasta que la organización, con buen criterio, le dio de baja del argumentario. El contacto físico con el partido y sus dirigentes en el formato clásico de un mitin no fue más estimulante. Luego los morados entraron en un túnel  de ensimismamiento narcisista y errores estratégicos y desde hace meses, la organización podemita de esta remota provincia subpirenaica está partida en dos sin que se pueda explicar por qué. Ayer, la metástasis alcanzaba al cerebro del partido. ¿Qué se puede decir? Simplemente, que no podemos.

Al mismo tiempo, un saurio del pesoe, de la cofradía del currículo falseado, ofrecía a la alcaldesa de Madrid presentarse a las próximas elecciones a la cabeza de la lista socialista. Todo indica que doña Carmena ha rechazado la oferta, ya fuera formal o informal, en el enésimo cubileteo verbal con que la clase política intenta liarnos y liarse a sí misma. De abuelo a abuela: gracias, Manuela, por negarte al enjuague, si bien, como sabes, es un agradecimiento provisional, a la espera de más acontecimientos.