Hay tipos que se guían por las deliberaciones de su cabeza, otros por la testosterona que almacenan en la entrepierna, otros por el tamaño de su cuenta corriente y un pequeño pero significativo número se abre camino en la vida por el dictado de su lengua.  Uno de estos últimos es el diputado que responde al nombre artístico y real de Gabriel Rufián. Es famosa la teoría del lingüista y politólogo  Noam Chomsky según  la cual los humanos nacemos con una capacidad innata para el habla, lo que explicaría la facilidad para desarrollar el lenguaje en la infancia a partir de estímulos relativamente escasos; en lo que al habla se refiere, pues, nacemos aprendidos. Pero en la realidad el lenguaje es una pesada caja de herramientas que llevamos encima y utilizarla en la vida pública con pericia y eficacia supone, para la mayoría, un aprendizaje largo y siempre incompleto. Un pequeño número de personas, sin embargo, tiene el don de utilizar la lengua como un arma letal. Su sistema lógico les permite, en una fracción de segundo, comprender la trama lingüística que les rodea, es decir, la representación de la realidad contenida en el discurso del otro, elegir la réplica más hiriente y derogatoria y dispararla con una frase seca y directa.

Don Rufián es uno de estos especímenes, favorecidos en su función por ese instrumento que llamamos tuiter y que permite una intervención fulminante e inesperada en el debate público, equivalente en términos dialécticos al disparo de un francotirador. No se engañen, hace falta destreza natural, entrenamiento y gusto por la tarea para ser un francotirador eficiente, y don Rufián lo es. Es un personaje carente de ideas desarrolladas y huérfano de discurso pero su sistema nervioso le permite conectar en un parpadeo el cerebro reptiliano y la pantalla táctil de su dispositivo móvil, con efectos demoledores para su interlocutor y estupefacientes para quienes le observan. Comparado con otros killers que pueden encontrarse en el foro, como los portavoces del pepé, don Hernando y don Casado, es un cyborg enfrentado a dos neardentales.

En su última acción, don Rufián ha disparado contra uno de los traidores oficiales del independentismo catalán. Este ha acusado el golpe y ha replicado que, sin tuiter, Cataluña ya tendría gobierno. Traidores a la causa y tuiteros de la red; tipos representativos respectivamente del siglo diecinueve y del veintiuno protagonizan el carajal catalán y hacen caso omiso de las enseñanzas del siglo veinte. Está por ver el efecto que tuvo  en la historia reciente el famoso tuit de don Rufíán –ciento cincuenta y cinco monedas de plata– dirigido a don Puigdemont para empujarle a la decisión más insensata entre la dos posibles que tenía a mano, cuando optó por enredarse en una fingida declaración de independencia en vez de convocar elecciones, como era su competencia y responsabilidad. Aquel tuit futurista de resonancias cristianoides (otro típico componente de la melé) activó la sensibilidad decimonónica del ex presidente y le llevó a reeditar la enésima aventura carlista. Y aquí estamos, aguantando a un par de niños malcriados; uno que se cree el pretendiente legítimo al trono en el exilio y el otro absorto y compulsivo sobre su móvil creyendo que está haciendo la revolución, y los dos tocando las narices a todo el mundo.