Uno de los fenómenos más intrigantes de esta época de tribulaciones es el renacimiento de los dinosaurios del jurásico socialista. No hay día en que el paseo por las noticias no depare una opinión publicitada a todo trapo de don González, don Guerra, don Leguina, don Belloch, don Rodríguez Ibarra, incluso del triceratops  del parque, don Corcuera. La razón por la que los conductores de los programas televisivos y los reporteros de fortuna consideran pertinente la presencia y las opiniones de estos venerables caballeros en los medios que pastorean es un misterio, que quizá tenga que ver con el eterno retorno, una pesadilla filosófica que eriza el vello al más plantado. El caso es que ahí están, trajeados, orondos, lustrosos, retratos de una galería nobiliaria, expeliendo opiniones rotundas y airadas, que les dicta el disgusto por el presente, ese mal generalizado de los have been. El renacimiento de estos figurones ocurre en el momento en que la socialdemocracia amenaza ruina. El partido socialista alemán, la clave del arco socialdemócrata en Europa, se está jugando su fututo a los dados de la grosse koalition con frau Merkel, y la partida ya ha obligado a dejar la mesa de juego al líder, herr Schulz. Aquí, el líder del pesoe, don Sánchez, solo emerge del estado de hibernación que se ha autoimpuesto para apoyar al gobierno de don Rajoy en esto o en aquello antes de volver de inmediato a la osera. Así que este desfile de dinosaurios está llamado a marcar el paso y el sentido a lo que queda de la feligresía socialdemócrata.

Al frente de la comitiva avanza el tiranosaurio rex. Don González, en su acreditada sabiduría, emite opiniones concisas, como al descuido, que tienen el efecto de una descarga eléctrica. Su última ocurrencia dice: no hay un fenómeno de corrupción sino un descuido generalizado. La función de este deliberado disparate es apoyar en lo que se pueda al gobierno y frenar de paso la arrogancia de los partidos emergentes, pero, sobre todo, se trata de salvar su legado. Porque la corrupción ni siquiera es un fenómeno sino una característica indeleble del sistema político que nos gobierna. En esta remota provincia subpirenaica lo sabemos bien porque el primer episodio de corrupción ocurrió en los lejanos años ochenta y lo protagonizaron socialistas. El esquema fue el mismo que ahora se está aireando en los juzgados para los delitos del pepé: empresas en busca de contratos de obra pública para lo que se avienen a pagar mordidas para la financiación ilegal del partido e intermediarios con carné que ven la oportunidad de engrosar su bolsa personal en este tráfico. Entonces estábamos en la treintena y la democracia recién estrenada, así que la pérdida de la inocencia política fue temprana. El descuido generalizado, como dice don González con su característico lenguaje creativo, se repetirá en el futuro. Basta un periodo de bonanza económica y de correlativa estabilidad electoral para que el partido del gobierno vuelva a intentarlo y un puñado de vivos crea una vez más que éstán en Jauja. La inocencia se pierde una sola vez y los dinosaurios son eso, monstruos extintos de cuyo adeene se puede crear más monstruos idénticos.