Entre las innumerables ocurrencias de toda clase que han salpicado durante los últimos infinitos meses el ágora, una de las más llamativas, y ahora olvidada, es la supresión del senado. Lo propuso don Rivera, ese muchacho que cabalga la crisis política a galope y cuyas intervenciones públicas están todas dirigidas a barrer la broza que dificulta su carrera. Entonces quería suprimir el senado porque su partido no tiene ningún escaño en él y no parece necesitar un balneario para sus clases pasivas y excedentes de cupo. La ocurrencia obligó al público a fijarse en el armatoste y decirse, caray, es verdad, ¿pará que sirve el senado? Para suerte de don Rivera, España, su tortuosa estructura sociopolítica y su amañado sistema electoral no son la diáfana Francia que ha elevado al Elíseo a su admirado don Macron, pero no hay que perder la esperanza, y he aquí que la historia le ha revelado a él y a todos los demás que el senado y el amordazamiento de los independentistas tienen una relación simbiótica. La aplicación del artículo ciento cincuenta y cinco, cuyo trámite se está iniciando cuando se escriben estas líneas, exige el concurso del senado para ponerse en práctica. El mencionado ciento cincuenta y cinco es una rareza en el sistema constitucional en la que nadie había reparado hasta ahora, y la presencia del senado en su funcionamiento viene a ser el detalle pintoresco que lo hace aún más llamativo y raro, como el pico de pato en el ornitorrinco.

El ornitorrinco y el ciento cincuenta y cinco tienen en común -además de cierta rima forzada e involuntaria- que son especimenes, zoológico uno y jurídico el otro, de descubrimiento tardío, cuando ya la naturaleza y la constitución han crecido y se han desarrollado hasta convertirse en un fértil jardín que nos envuelve felizmente a todos. ¿Para qué sirve el ornitorrinco? Sea como fuere, ahí está el senado, donde el gobierno tiene una holgada y somnolienta mayoría absoluta, emergiendo de su sopor histórico para aprobar la aplicación de las medidas que se le propongan, y que no sabemos si intervendrán, cauterizarán, quebrarán, fermentarán o liquidarán el autogobierno de Cataluña y por ende el entero edificio constitucional del país. No debiéramos olvidar quizás que el ornitorrinco, además de extravagante y ligeramente repulsivo, tiene un espolón venenoso.