Café de media mañana con el amigo Iacopus cuando llama un tercer amigo para informarle de que ha fallecido Jeanne Moreau. Tácitamente entendemos que la noticia ha activado una señal erótica procedente de una estrella muy, muy lejana. Recibimos el aviso con alguna broma pero la procesión va por dentro. Para distraer el efecto hacemos típicos cálculos de jubilado: la actriz tenía ochenta y nueve, lo que quiere decir, con suerte, que aún nos queda un rato de estar aquí, etcétera. Pero sabemos que esta argucia no engaña a nadie. No es una experiencia agradable revisar las películas que nos emocionaron hace cincuenta años –yo volví a ver hace unas semanas Ascensor hacia el cadalso– y recordar con cada fotograma que los que las hicieron están muertos. El cine actual se empeña en mostrarse ajeno y  el clásico se ha convertido en una sala de tanatorio. Es imposible evitar un alfilerazo de espanto ante esta evidencia. Una descomunal reproducción fotográfica en blanco y negro del rostro de la actriz francesa –labios carnosos, mirada que parece adormilada pero que resulta desafiante- recibía a los visitantes del piso de juventud de mi amigo donde la policía hizo una de sus rutinarias redadas del tardofranquismo. La policía buscaba  activistas y encontró contemplativos. No queremos cambiar el cutre mundo al que hemos sido arrojados, señor comisario, solo queremos que desaparezca con todo lo que contiene, incluido usted, en la oscuridad de la sala de cine, así que, ¿por qué no nos deja en paz? Puede decirse que esta declaración es un buen resumen de nuestra conciencia política en aquella época.

Los obituarios de prensa han despachado con un par de tópicos la desaparición de la estrella francesa. Ni rastro del misterio y la sensualidad que emanaban de su presencia en la pantalla ni de la hipnótica densidad que imprimía a sus personajes y con la que dominaba la escena e imantaba al espectador. Pero hoy, treinta y uno de julio, es el peor día del año para lucir en las necrológicas y en las noticias en general porque los redactores de plantilla están a punto de salir de vacaciones y el becario sustituto difícilmente puede hacer algo mejor que resumir la entrada de google, que, por cierto, proporciona mecánicamente un puñado de enlaces de personajes del cine relacionados con la actriz, todos muertos. Jeanne Moreau, una de las verdaderamente grandes, ha fallecido sola en su apartamento, como innumerables mujeres urbanitas de su generación de las que representó en el cine los rasgos más fuertes y finos, más inteligentes y seductores. Creo que esta noche acudiré al velatorio y veré otra vez Jules y Jim.