Por fin, la corrupción en España se ha vuelto accesible al entendimiento del común y casi diríase que festiva, como una reválida amañada. Por fin, colchoneros, culés, merengues, periquitos y otras especies cívicas pueden debatir de aquello de lo que no solo entienden sino que son expertos. Hasta ahora la corrupción había sido cosa espesa y ajena, como historias de extraterrestres, protagonizada por tipos estirados, que maquinaban negocios en altos despachos y fincas de caza mayor donde a alguno se le puede disparar la escopeta pero la detención y el ingreso en la cárcel de don Villar y una partida de beneficiarios de la federación de fútbol ha democratizado el asunto y ha convertido los bares del país en un multiplicado senado donde se dirime el subidón que ha registrado la conciencia ciudadana. Para decirlo en términos espaciales, la corrupción se ha derramado del palco presidencial a la cancha, lo que significa, por si no lo hubiéramos advertido, que hay corrupción para dar y tirar. Se ha convertido en un fenómeno tan obvio que hasta don Clemente lo entiende y lo explica con su proverbial sencillez. Si eres el jefe, haces favores, porque la vida es hacer favores y luego los que les has hecho favores te votan para que sigas siendo el jefe. Una explicación al alcance de la inteligencia de manolo el del bombo. Por supuesto, no hay acuerdo sobre si eso es un delito reprobable o una práctica de gente lista y entregada a su tarea. La proverbial división entre merengues y culés, béticos y sevillistas, ha cristalizado en villaristas y antivillaristas. Podrían organizar un derby; seguramente alguno de los tipos de los que han desembocado en el mako encontraría patrocinio y sede en algún país del desierto arábigo. La mala noticia es que este episodio de corrupción en el deporte rey habrá afectado a  la ataraxia de nuestro bienamado presidente que ya no podrá referirse a la corrupción como ese asunto del que usted me habla porque está a toda página en el único periódico del que hay constancia fidedigna que lee. La buena noticia es que cualquier suceso que pasa por las páginas de la prensa deportiva deviene irrelevante. El periodismo deportivo es un periodismo de broma y la opinión que genera, un blando y espasmódico estado de ánimo, más estimulante que depresivo. El ciudadano compromete su voto en las urnas ante la corrupción política, lo cual exige un cierto grado de reflexión y de examen moral, pero ¿quién va a dejar de ir al fútbol aunque el tinglado de árbitros sobornados, partidos comprados, mordidas recibidas y otros gajes esté gobernado por don Villar o por don perico de los palotes?