Don Iglesias deja tras de sí, una victoria aplastante de la derecha en cuyas filas se encuentran quienes le hostigaron sin tregua y el amenazaron con plomo, un gobierno de coalición en precario y una organización partidaria hecha añicos, descabezada y probablemente desmoralizada cuando se ve abandonada por la pila atómica que le daba vida.
Emergentes y sumergidos (II)
El vasto y confuso seísmo de los ‘indignados’, que eclosionó a mediados de la década pasada, ha quedado reducido a un tipo de rostro afilado, ceño fruncido y melena abundosa, dando volteretas en la cúpula del circo, que él querría que fuera la ‘cúpula del trueno’.
Domésticos y/o silvestres
Ahora, en periodo electoral, el perro-lobo aúlla haciendo eco del ministro ruso de exteriores –en España no hay plena normalidad democrática y todo eso- pero, como dice descarnadamente un socio socialista, perdonándole la vida, ‘Iglesias no tiene gestión, no hace nada, y tiene que hacer declaraciones estrepitosas para llamar la atención’. Está por ver si los mensajes son recibidos por su electorado, que vive en la oscuridad del bosque.
Exiliados
Ser exiliado en el país donde has nacido y te has criado, donde has hecho tu carrera profesional y has formado una familia, donde hablan tu lengua (y otras) y donde puedes llegar a ser presidente de su gobierno es un sentimiento sutilísimo que no está al alcance de cualquiera y que cuando se formula políticamente adquiere tintes narcisistas que excluyen al interlocutor, aunque sea un obsequioso podemita.
Toreros y faralaes
La tendencia al fraccionalismo es un mal congénito de la izquierda, tanto más agresivo cuanto más al extremo se sitúa la organización concernida. Sin duda, se debe a un desajuste originario entre la urgencia y ambición de los objetivos y la tortuosa y forzada parsimonia del método. Esto es bastante obvio en los podemitas.