Siguiendo el manual trumpista de Steve Bannon, el moderado don Feijóo lanza el bulo de que la empresa pública de correos opera para dificultar la distribución del voto por correo. Es el preámbulo a una impugnación de las elecciones si el resultado no es favorable a sus intereses. El bulo recibe una airada respuesta de la empresa acusada y el moderado don Feijóo recula, matiza, emborrona: no ha hablado de pucherazo sino de falta de personal para el servicio y traslada la responsabilidad de sus afirmaciones a los sindicatos, apoyándose en lo publicado por la prensa servil, que está al quite. Efectivamente, los sindicatos han pedido un mayor refuerzo de personal para estas fechas, pero, al verse atrapados en la lógica discursiva de la derecha, protestan, con lo que se niegan a sí mismos. Otra perdiz al zurrón de don Feijóo.

Esta anécdota menor es indicativa de la estrategia trumpista de dará la victoria a la coalición reaccionaria, y que consiste en detectar una expresión de  malestar social y, sin argumentación alguna, atribuir la responsabilidad al adversario, tanto mejor si esta responsabilidad tiene un componente penal, una línea que el moderado don Feijóo aún no ha cruzado pero que todo se andará. Don Sánchez puede esperarse que, si pierde las elecciones, terminará en el banquillo porque al sanchismo, como a la conspiración judeomasónica de nuestros años mozos, le espera una larga, larga  vida.

El malestar, convertido en un componente del aire que respiramos, es la materia prima de la estrategia trumpista. Desde que don Miguel Bosé anunció en la tele que su libertad y su salud estaban amenazadas por las vacunas y don Iker Jiménez pudo ver la mano del gobierno socialcomunista en las tropelías tradicionalmente imputables a los alienígenas, se ha abierto un horizonte inabarcable para la queja y la protesta. Ningún ciudadano sale a la calle sin llevar en el bolsillo su dosis de malestar, que despojado de la mascarilla que lo representaba, se manifiesta en cada paso de la vida cotidiana. Un runrún quejumbroso nos acompaña a todas partes, incluso en la relajada circunstancia de unas cervecitas compartidas en una terraza estival, que es el placebo impuesto por doña Ayuso para sobrellevar el sanchismo. Un racionalista diría que el bienestar material de la mayoría de la población debe ser incompatible con un malestar tan prolijo y tenaz, pero se equivoca. Se puede tener lo que se desea y estar hasta la coronilla de todo. Se puede estar a salvo de las inclemencias del tiempo y reclamar el asesinato de los meteorólogos. El nihilismo es propio de los satisfechos y la revolución no la hacen los necesitados sino los ahítos.  

Ningún gobierno puede atender y resolver esa tromba de malestar por esto y por aquello y el próximo gobierno de la coalición reaccionaria ni lo intentará siquiera; simplemente declarará decaído el malestar y caducados los plazos para el lamento. El esfuerzo se centrará en la predicación de una realidad alternativa, como ya ensayó con éxito don Feijóo en el famoso debate televisivo donde adoptó la técnica retórica inventada por un creacionista para derruir los argumentos científicos a contrario. Un montón de mentiras escupidas sin tregua no cambian la realidad pero sí la percepción que tenemos de ella. En ese empeño va a gastar todas sus energías la coalición reaccionaria.