Vuelve la guerra de trincheras a Ucrania, en los frentes del Jersón y Donbass, y vuelve a la mesa de novedades de las librerías y al catálogo de las plataformas digitales Sin novedad en el frente. La novela de Erich Maria Remarque es un clásico de la literatura antibelicista del siglo XX, innumerablemente reeditada y llevada al cine.

La noticia de las trincheras de Ucrania imita asombrosamente lo que cuenta Remarque en su novela: el miedo omnipresente, la zozobra en la espera, la ansiedad ante el combate siempre inminente, la precariedad material de los refugios excavados a punta de pala, las raciones de hambre y el agua sucia que no calma la sed, las ratas que se pasean sobre los dormidos y los muertos, la cortedad de los permisos y turnos de descanso en retaguardia, la muerte siempre prevista y siempre sorpresiva, y, sobre todo, el carácter estático del conflicto, el sentimiento de que no tiene fin cuando ya se ha olvidado cómo empezó.

La guerra de trincheras fue la marca europea en el periodo 1914-1918, la guerra que tenía que acabar con todas las guerras, como proclamó el presidente norteamericano Woodrow Wilson y lo recuerda el historiador Adam Hochschild en su apasionante relato de aquella época sangrienta. La primera guerra tuvo su secuela en la segunda, en la que las trincheras estáticas fueron remplazadas por una estrategia de la velocidad: ataque sorpresa, bombardeos aéreos sobre ciudades e infantería motorizada que ocupaba un territorio inerme y devastado, donde soldados y civiles esperaban al ejército ocupante con los brazos en alto. Si en la primera entrega de la serie se había licenciado a la caballería como arma de guerra, en esta segunda las innovaciones de la anterior -la ametralladora y el alambre de espino- quedaron como herramientas auxiliares para encerrar y masacrar a los prisioneros. En la siguiente secuela, que aún no se ha producido pero quién sabe si no asistiremos al estreno, ni siquiera es necesaria la infantería para ocupar el territorio enemigo porque ya estará aplanado y sin bicho viviente por efecto de una explosión nuclear.

La guerra de agresión que don Putin ha llevado a Ucrania parece un repaso de la historia de las guerras modernas en el que vuelven a emplearse tentativamente recursos inventados un siglo atrás. Hay trincheras como en la primera guerra, pero también ataques sorpresa con blindados, bombardeos aéreos y artilleros, y masacres de la población civil, como en la segunda guerra. Diríase que los estrategas del Kremlin están reexaminando las alternativas del pasado antes de decidirse por la que les ofrece la tercera guerra, que significaría, esta vez sí, el fin de la historia.

La guerra de Ucrania es una maldita antigualla, desde el pretexto mismo que la ha provocado,  la restauración del imperio zarista, y todo lo que hay que saber de ella puede leerse en Sin novedad en el frente. En sus páginas, escritas en los años veinte del siglo pasado, el lector encuentra el relato de una escena de la guerra de Ucrania, que ahora puede verse en un vídeo colgado en la red. Quizá no sea la imagen más impactante pero sí una de las más significativas del conflicto. Es una imposición de condecoraciones a soldados rusos heridos en combate.

La gélida ceremonia se celebra en el desolado pasillo de un hospital y el oficial que les condecora no puede ocultar la irritación que siente y la prisa que tiene en terminar la encomienda. Pero el mensaje está en los rostros ausentes, consumidos por la tristeza, de los soldados condecorados. Como escribiera Erich Maria Remarque hace un siglo, forzosamente, todo debe ser mentira, todo debe ser fútil si la cultura de miles de años ni siquiera ha podido impedir que se derramaran estos torrentes de sangre ni que existieran esas cárceles de dolor y sufrimiento. Solo un hospital muestra verdaderamente lo que es la guerra.