Cada vez que sube la temperatura patriótica -vale decir, cada vez que la derecha ve en peligro su permanencia en el poder- alguien compone una letra para nuestro ágrafo himno nacional. Los intentos han sido numerosos, y todos fracasados. Quizá la letra más oída haya sido la que el escritor monárquico-fascista don José María Pemán escribió durante la dictadura de Primo de Rivera. En esta ocasión, la iniciativa ha sido de la cantante Marta Sánchez. Esta mañana ha traído a colación la noticia el amigo Quirón, maestro de coro  y organista en una reencarnación anterior, pedagogo musical para amigos y amigas, y persona muy meticulosa que se apresuró a probar cómo sonaba el invento. Mal.  Un juicio al parecer compartido en el mundillo musical, sobre todo entre los jóvenes, que tienen una opinión descarnadamente cínica del intento de su colega. Hasta donde podemos apreciar los legos en armonías y sinalefas, la letra es una rasposa cursilada postmoderna, pero ¿qué himno no es una cursilada cuando se ha desvanecido la amenaza de morir por la patria que ensalza?

El himno español es maravilloso porque carece de letra; sirve como tonadilla de reconocimiento e identificación, pero exonera al oyente de la obligación de adherirse a él cantándolo, y, como cualquier pieza musical, puede despertar sentimientos de agrado o de rechazo que, afortunadamente, quedan para el coleto individual. Es cierto que lo abuchean en los estadios de fútbol, que son los corrales de la barbarie de nuestro tiempo, donde la chusma se complace en serlo. Pero solo los regímenes populistas dan carta de naturaleza política a las masas de hinchas y tal vez por eso el pepé ha animado a cantar la nueva letra en la próxima final de la copa del rey.  El rey, la patria, el himno, la bandera, el fútbol, todo el kit completo. Pero veamos otros episodios de ese cáncer de la nación que es el nacionalismo cantarín.

¿Hay algo más patético que el canturreo de Els segadors que perpetraron los soberanistas en el Parlament la noche de la nonata república catalana antes de que sus dirigentes tomaran la de la villadiego? El nacionalismo siempre es una sobrerrepresentación simbólica debajo de la cual no hay nada, excepto sufrimiento para los más. Si lo sabremos en este rincón del golfo de Vizcaya. ¿Pueden los catalanes imaginar un país en el que los edificios están ocultos tras colosales esteladas, los ciudadanos portan un unánime lacito amarillo en la solapa y se saludan con una sonrisa reglamentaria sin pensar de inmediato en el objeto de la ley de Godwin? Quienes aprendieron a cantar el cara al sol o el himno de la infantería, el primero en escuelas destartaladas e inciertas y el segundo en cuarteles de un ejército decadente del que los cantores solo deseaban una oportunidad para desertar, sienten como un bálsamo que el himno nacional no tenga letra. Así que no fastidies, Marta Sánchez, y búscate la vida en otros bolos.

(Al amigo Quirón, que vuelve a estar en forma y cuya conversación inspira a menudo al autor de esta bitácora)