Podemos aventurar que cualquiera que sea el acuerdo final para una paz en Ucrania tendrá dos características: Una, será ridículo si se compara con la destrucción gratuita que ha llevado a él, y dos, será provisional y se firmará en el frágil papel de la desconfianza mutua.

Poder blando es que un cómico le atice una bofetada a otro cómico en escena porque este ha hecho un chiste malo sobre la esposa del ofendido y todo el planeta olvide durante unas horas la invasión de Ucrania y el precio de los carburantes.

La guerra de Putin es el sintagma adoptado en el argumentario del gobierno español, y de otras instituciones occidentales, de la Casa Blanca  para abajo, para identificar lo que está ocurriendo en Ucrania.

Europa oriental recupera, pues, su estatus de espacio ininteligible para los europeos occidentales. Y de alguna manera, por ahora difusa, este espacio político, con sus propias cuitas históricas, se está reconstruyendo.

Vale la pena examinar en detalle la composición del voto que condenó la invasión rusa de Ucrania en la ONU. Treinta y cinco países se abstuvieron con un mensaje implícito pero claro: en el asunto de Ucrania la culpa de fondo la tiene eso que llamamos Occidente.