Lo asombroso del vertiginoso enjuague de última hora que evitará la repetición de las elecciones en Cataluña no es que Mas “se haya hecho a un lado”, lo cual ya es bastante asombroso, sino que la CUP haya aceptado su propio desguace como justiprecio del acuerdo. Si consiguiéramos sacudirnos de cualquier forma de ensoñación idealista que inevitablemente aplicamos al juzgar la política y nos atuviéramos al verdadero modelo de los partidos veríamos que las familias mafiosas no firman la paz hasta que consideran que el número de bajas entre los contendientes está equilibrado. Nosotros retiramos a Mas, que hasta ayer era un activo imprescindible, pero tú nos entregas maniatados a dos diputados para el servicio de nuestro grupo parlamentario y purgas lo que queda del tuyo de los elementos que se han mostrado más firmes y beligerantes en la defensa de lo que hasta ayer mismo era la línea oficial del partido. Ah, y además pierdes todo el derecho a disentir de lo que hagamos en el futuro y pides perdón al pueblo soberano por el mal rato que le has hecho pasar en estos meses de correosas y estériles negociaciones. Así reza la literalidad del acuerdo alcanzado ayer en Barcelona. De este modo, el grupo hegemónico del soberanismo liquida a los mencheviques del procés. Me pregunto si los votantes de la CUP, o de cualquier partido en circunstancias análogas, votaron para que se inmolara en el altar de la patria antes incluso de que hubiera patria. Para no hablar de los afiliados, entregados a esas prolijas y ceremoniales sesiones asamblearias que tuvieron lugar hace unos días y en las que debían elegir entre diversas opciones cada una más barroca que la otra pero que no parecían incluir el suicidio. Ahora comprendemos que la expresión seráfica y barbada del líder de los utopistas (periodista, político, músico y escritor, según la obsequiosa Wikipedia) durante estas semanas de circo no era más que la confianza del mártir que se ofrecía a los leones por razón de su fe. A la postre, le han concedido el derecho a elegir qué fauces habrían de despedazarle y no serán las de viejo macho alfa que preside en funciones la Generalitat sino las de una camada de cachorritos que empiezan a apreciar el sabor de la sangre. P.S. El lector quizás detecte cierto desconcierto y frustración en estas líneas. La razón es que el desenlace del carrusel catalán me ha hecho perder la apuesta de un café con derecho a cruasán contraída con mi amigo JL, que desde el primer momento sostuvo que la nación es una utopía más fuerte que cualquier anhelo de reforma social y de renovación política, que parecían las señas de...
Pecios
El tiempo ido es siempre un naufragio y el superviviente se encuentra rodeado, iba a escribir asediado, por los pecios del pasado. La rutina nos lleva a dedicar estas fechas a la limpieza de la playa en la que estamos varados y en esta tarea se encuentran cachivaches y piezas de utilería que no conseguimos engranar, fragmentos del lenguaje que permanecen como diminutos fósiles alineados en el rayadillo de un cuaderno escolar cuya portada muestra una reproducción del retrato de Baldassare Castiglione que pintó su amigo, Rafael Sanzio. Este Castiglione es el tipo con el que cruzo la primera mirada cada mañana desde hace un par de años y aún no sé qué quiere decirme. He aquí algunos de estos pecios, por si al lector le sirven de algo: – La nostalgia es el espejismo de que el pasado está habitado. – Las palabras son gregarias y abrevan en los tópicos. – La mirada del recién nacido, el primer acto de la voluntad (a Ainhoa Bear). – Esperó una llamada telefónica cuando todo el mundo se comunicaba por whatsapp. – Lees la Historia, y parece un cuento. – Lo que hace que la vida no sea una obra de teatro son los títulos de propiedad sobre el atrezzo. – Las palabras, hormigas en un vertedero… quizás tengan alguna función ecológica. – En el momento de la muerte, la vida pasa ante tus ojos: es la última alucinación. – La vejez: pierdes el brillo de los ojos, miras menos, te miran menos. – En el último peldaño de la escritura, las palabras se confunden con la verdad. – Instalarse en la jubilación es cultivar el jardín del cementerio. – El dios del Libro nació en el desierto, así que se le da bien manifestarse cuando la arena parece que vaya a cubrir el mundo. – Llueve y escampa y sale el sol, y la ansiedad aumenta. – Las palabras acuden al auxilio de los hechos: los explican, los interpretan, los completan, los suplantan, los ahogan. – La socialdemocracia es un tuiteo entre los pobres y los ricos [en la versión original decía titubeo, pero significa lo mismo] . – Se implantó una red neuronal en el lóbulo central para aumentar su inteligencia y desde entonces no cesa de discutir con el implante. – Las telas de araña y las redes sociales ponen en evidencia la torpeza de las moscas (a Cayetana Álvarez de Toledo, grande de España). Y un último pecio, éste del naufragio de Arthur Koestler, que quizás pueda aprovechar a nuestros afanosos políticos en las tediosas negociaciones con que nos afligirán a todos en las próximas semanas: “El miedo a encontrarse en malas compañías no es una expresión...
Abrazos
Toda historia verdadera cambia de significado cada vez que se cuenta. Este aforismo, o lo que sea, me ha asaltado al enterarme de que el lienzo El abrazo de Juan Genovés forma ya parte de la parafernalia simbólica del Congreso de los Diputados. La obra, como saben, muestra a un grupo de hombres y mujeres de espaldas que se dirigen alborozados con los brazos extendidos a abrazar a alguien o a algo. Dícese que la imagen fue el segundo icono en popularidad del periodo que llamamos la Transición, después del Guernica de Picasso, con la ventaja de que tenía un carácter más documental y un significado más obvio y menos estereotipado que la obra del genio malagueño. La potencia emocional que irradiaba el lienzo de Genovés reside en que los personajes que aparecen en él son los represaliados por la dictadura franquista que corren a abrazar a los suyos y, por elevación, a la libertad, dejando atrás la cárcel y el exilio a los que habían sido aherrojados. Así veíamos cuando entonces el cuadro, o más bien su reproducción en pósters domésticos. No estoy seguro de que sea esa la interpretación que, cuarenta años más tarde, se aloja en las cabezas de los sonrientes capitostes que lo han recibido en la sede del parlamento, a juzgar por el untuoso titular de una de las informaciones que dan noticia del evento: la Transición de los abrazos. En mi memoria, no recuerdo ningún abrazo en aquella época, más tortuosa que lo se quiere aparentar ahora; apretones de manos, palmaditas en la espalda y sonrisas cómplices, sí, pero no abrazos, y parece un abuso congelar en la galería de los pasos perdidos lo que fue el anhelo de unos cuantos, y por lo que sabemos ahora, ni siquiera de la mayoría. Una muestra de la excentricidad de este presunto icono de la Transición respecto a la realidad del país es que ha estado casi desde su ejecución oculto en los almacenes del Museo Reina Sofía a cuyo inventario pertenece. Ahora seguirá apartado de la mirada del público pero al menos lo podrán contemplar los diputados, que, por lo que sabemos, siguen abrazándose entre sí como hermanos, aun en la semiclandestinidad de un discreto restaurante sevillano. Vivimos una guerra semiótica entre instituciones: el ayuntamiento de Madrid se hace con los atavíos de los reyes magos y el congreso se hace con la obra de Genovés. ¿Empatados? No...
La estación de Colonia
¿En qué momento y en qué lugar se iniciará el catastrófico declive de ese armatoste hecho de buena conciencia y malas prácticas que llamamos Europa? ¿Cuál será el próximo Sarajevo de la historia continental? La estación de Colonia en la nochevieja de 2015 parece una candidatura tan buena como otra cualquiera para servir de referencia a los historiadores. Ese día y a esas horas y en ese lugar, cuentan que un millar de hombres de piel oscura se confabularon para agredir sexualmente a las mujeres alemanas que pasaban por el lugar y robarles sus pertenencias. Como resultado, un número incalculable de víctimas. Así lo cuentan las noticias de prensa. Unas horas antes, nos dimos por enterados, por enésima vez, de que Alemania asiste de uñas a un futuro plagado de inmigrantes y, mira por dónde, esa misma noche mágica y alcohólica, los hechos le dan la razón, como una apoteosis del malestar de la sociedad. La estación de Colonia es un nudo urbano céntrico de la ciudad, al lado de la famosísima catedral, que, en el clima de alarma antiterrorista que vive Europa debía estar debidamente vigilada, y así parecía porque la policía, en informe preliminar de la situación, la calificó de «distendida». Luego resultó “una nueva dimensión del crimen organizado”, según el ministro de Justicia. Pero, ¿eran tantos como un millar?, ¿y eran, así, en general, magrebíes o africanos? La acumulación de datos sobre el suceso no hace más que enfatizar su dimensión fantástica. Las acusaciones de delitos sexuales son un tópico que aparece siempre en los orígenes de las cazas de brujas y, como siguiendo el manual, a los sucesos de Colonia se han sumado denuncias del mismo jaez en Hamburgo, Friburgo y otras ciudades alemanas, que parecen dar la razón, en versión europea, al truculento candidato republicano Donald Trump cuando afirma que México exporta violadores a los Estados Unidos. Los alemanes tienen una larga tradición histórica en el hábito de detectar enemigos interiores y ahora mismo los refugiados son víctimas rutinarias de ataques pirómanos y con armas de fuego. Pero, para no remontarnos muy lejos en el tiempo y a situaciones trágicas, pensemos en los pimientos contaminados de Almería, diciembre de hace diez años, que arrastraban el doble baldón de haber sido cultivados en la perezosa España y cosechados por jornaleros magrebíes de hábitos higiénicos dudosos. Los dichosos pimientos procedían, por último, de tierra alemana. Pero el efecto ya estaba conseguido. La xenofobia que provocó el suceso tuvo en jaque a la toda la Unión Europea y singularmente a los atribulados cultivadores de hortalizas de los países pigs. Lo ocurrido en Colonia, en lo que tenga de cierto, se inscribe en un contexto doméstico que merece...
Estúpidos adultos
Las nietas acaban de irse de casa después de abrir en medio del griterío de sus mayores un sinnúmero de paquetes de regalo, una buena parte de los cuales están condenados al olvido desde el momento mismo en que han les han quitado el envoltorio. La fiesta de Reyes esta presidida por una excitación patológica de los adultos, que la trasladan a los niños, los cuales, para conservar la cordura, fingen seguirles la corriente en la esperanza, cierta, de que serán recompensados con algunos obsequios que, ni necesitan ni a menudo desean. De paso, el consumo inducido mejora en lo posible las tablas macroeconómicas y la felicidad por esta noche mágica alcanza a los cariacontecidos ministros del gobierno. Tengo pruebas, tanto de la cordura de los niños como del delirio y confusión de los adultos en estas fechas. La víspera, asistí a una merienda infantil en la que comparecía el rey Melchor. El personaje iba en envuelto en un destartalado disfraz que yo mismo he utilizado en años anteriores, debo confesarlo, y del que resulta imposible creer que pueda encandilar a unas niñas naturalmente perspicaces y despiertas. El amasijo de la peluca y las barbas se paseaba a su antojo por la cabeza del rey, la corona de plástico rodó por el suelo y bajo la túnica dejaba ver sus pantalones vaqueros. De añadidura, era el padre de uno de los niños presentes, que asistía a la mutación paterna con desconfianza y un ligero espanto. Sin embargo, las niñas mayores se sumaron cordialmente a la farsa -no así la pequeña, que salió despavorida- en la confianza de que su colaboración les sería retribuida con un regalo, como así fue. Y ahora vayamos al delirio de los adultos. Ya he mencionado en esta bitácora que en mi pueblo se viene arrastrando un enconado debate sobre si el rey Baltasar debe ser un negro negro o un blanco pintado de negro. La primera opción pasa por ser la progresista y este año, por aquello de la nueva corporación municipal, es la que se ha impuesto, no sin sorpresa y malestar entre los tradicionalistas, de los que fui testigo en mi propia familia. Pues bien, la carga de la culpa por usurpar el puesto de un blanco llevó al negro a pedir disculpas en el pregón oficial de la fiesta alegando que el «verdadero Baltasar» estaba enfermo y él había tenido que ocupar su lugar. No me digan que no es de psiquiatra. Pero el récord mundial absoluto de la estupidez adulta lo ha ganado sin duda la ciudadana madrileña que ha escrito en Twitter este trémolo trágico, “no te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena, jamás”, porque su hija había detectado que...
Venezuela nos atraviesa el corazón
Hace tres días, Arabia Saudí, un país amigo de España, como Venezuela, ejecutó de una tacada a 47 opositores con las garantías procesales previsibles en un estado que condena a los periodistas a la flagelación, y el hecho ha incendiado el mundo islámico sin que desde ningún rincón de nuestra conspicua clase dirigente se haya oído una voz, ni siquiera un susurro, no ya para condenar las ejecuciones, ni siquiera para comentarlas, a pesar de las obvias implicaciones, para decirlo cautamente, que el borbor de la olla islámica puede tener aquí y en el entorno europeo. Lástima que Arabia Saudí no sea Venezuela, quizás porque ningún dirigente podemita haya tenido un contrato de obra con los jeques del lugar. En el país de la arena, las contratas se las llevan otros. El caso es que nuestra clase política se ha reunido una vez más para apoyar solemnemente a la democracia en Venezuela y, como resalta en el titular de la noticia del periódico de referencia en este tema, Podemos ha eludido hacerlo. Ya ven. Si hasta UPyD, que no existe, ha firmado. No quiero pensar, porque la honorabilidad de los firmantes me lo impide, que esta ardorosa defensa de la democracia en Venezuela sea un arma para identificar al malo de nuestra corrala en un momento en que todos los partidos del arco parlamentario sienten que el suelo se mueve bajos sus pies, pero sí puedo decir, porque tengo edad para hacerlo, que no recuerdo ninguna causa exterior que haya concitado tanta unanimidad entre nuestros políticos como la conquista de El Dorado democrático en Venezuela, ni siquiera la dictadura de Castro en Cuba, el cual compartía queimada con Fraga y obsequiaba ostentosos vegueros a Felipe González. Aburre un poco recordar esto pero no más de lo que aburre la murga venezolana como arma de lucha política interna en nuestro país. El caso es que, por alguna ignota razón política, económica o sentimental de índole doméstica, Castro era un amigo estratégico y Maduro es un enemigo táctico. ¿Por qué? Quién sabe, promesas de jugosas relaciones comerciales futuras, vanidad de políticos en declive, populismo contra los presuntos populistas o la desorientación típica de nuestra clase política, que va a donde va Vicente, o Felipe. Pregúntenselo a los cuarenta y siete ahorcados en Arabia...