La pandemia, y la crisis económica que trae consigo, cumplen una función ambigua. De una parte, redoblan los motivos para el malestar y la depresión colectiva; de otra, ayudan a establecer las prioridades y a salvar los muebles. En un país tan improvisado y afecto a las chapuzas, una catástrofe, sea interna o externa, ayuda a apuntalar el edificio y tirar pa’lante durante el siguiente trecho. Somos destartalados, pero muy resistentes.
El tiempo ido
El vagido de R. en la tele impresionaba como una psicofonía de ultratumba, y tanto más si se advierte que la oscuridad de la que procede es la de tu época y circunstancia. De la fraternidad con los parias de la tierra a la complicidad con un rey trincón. Joder, ¿quién dice que la historia es un relato lineal?
Toreo de salón
Don Sánchez trataba, con éxito en mi opinión, de que las aventuras del rey trashumante no opacaran los méritos acumulados por la acción de su gobierno –y de él mismo, ojo- en estos meses de pesadilla.
Cosas del verano
Agosto y tropecientas crisis abatiéndose sobre la sociedad, como innumerables plagas de Egipto. En esta atmósfera, el auto exilio del rey emérito ha recibido una cobertura parca y cautelosa. Los comentaristas habituales, sobre todo en la tele, han dado su previsible y borrosa opinión y nada más.
Reales despedidas
A la vista del documento de Juan Carlos I, se ve que los Borbones tienen ya una acrisolada experiencia en este tipo de reales declaraciones de despedida que muestran tres rasgos característicos: a) el rey se va circunstancialmente pero no del todo ni para siempre pues un miembro de la familia recogerá el testigo en el futuro; b) su partida no se debe a que sean responsables de nada, y c) lo hacen como una concesión al servicio del país.