Figurones de antaño

Posted by on Mar 25, 2016 in Miradas |

Un tuit de Arturo Pérez-Reverte ha incendiado, otra vez, las redes. Este académico es un pirómano. Pérez-Reverte pertenecería al linaje de Céline, D’Annunzio o Junger, si el nuestro fuera otro tiempo –los años treinta del siglo pasado, digamos- y su literatura no fuera tan liviana. Sus historietas históricas están amasadas de una característica mezcla de nihilismo, sarcasmo e invitación a la acción, y despiertan en el lector añoranza, exultación y vértigo. Lástima que sea un escritor popular, es decir, obligado a adaptarse a un tipo de lector que es consumidor básico de televisión y acariciador compulsivo de la pantalla táctil del iphone, al que las conminatorias órdenes ¡a la carga! encuentran siempre retrepado en el sofá de la salita de estar.  Esta circunstancia no impide a Pérez-Reverte pertenecer a la conspicua cofradía de escritores de ficción o ensayistas literarios que sirven regularmente sus opiniones sobre el estado de la nación a través de habituales columnas de prensa. Estas homilías recogen el estilo y las obsesiones del autor y resultan, de normal, intuitivas y moralizantes, lo que quiere decir que sirven para poco más que para calentar brevemente los cascos del lector, pero no para alumbrar las claves de lo que esta ocurriendo. La situación actual del mundo islámico y sus efectos en forma de oleadas de refugiados y de acciones terroristas sobre Europa constituyen una mina de inspiración para aficionados a la historia y con muñeca para la prosa, como Pérez-Reverte, pues la interacción entre ambas orillas del Mediterráneo está en el origen de nuestra compartida civilización y ha sido constante hasta hoy, así que hay un centón de episodios históricos que pueden servir de distraída metáfora a lo que ahora está ocurriendo. Pérez-Reverte ha recurrido a la invasión de los bárbaros godos y al fin del imperio romano para contarnos lo que nos pasa. En este artículo tremola una dubitativa mezcla de anhelo y repulsión por el degüello de pueblos enteros que resulta muy literaria, amén de inquietante, pero poco práctica. Es cierto que sentimos que nuestras sociedades se encuentran  en una encrucijada y que nos faltan argumentos y líderes para afrontarla con una razonable dosis de esperanza, pero los godos, los piratas turcos y los imperios de antaño no sirven de referencia, a menos que sean pasados por el tamiz del método histórico, lo que exige un grado de distanciamiento y atención a los hechos mayor que el que presta el creador de Alatriste. Este autor no es mencionado, aunque bien pudo serlo, en La desfachatez intelectual, el interesante y muy recomendable ensayo de Ignacio Sánchez-Cuenca sobre el club de literatos que coloniza la opinión en los principales medios escritos del país en detrimento de indagaciones más...

Leer más

El sexo de los obispos

Posted by on Mar 24, 2016 in Miradas |

Jueves santo, un buen día para hablar del asunto porque de madrugada empezarán los latigazos, la corona de espinas, los clavos en manos y pies, la lanza en el costado, en fin, todo el repertorio de salvajadas que preside el origen de la religión que nos envuelve como una niebla y que nos sobrecoge porque la sentimos en la piel, en los huesos, en la carne, incluso en los tímpanos si eres vecino del campanero loco de la parroquia de San Miguel, y despierta un deseo irreprimible de huir a la playa o a disneylandia. La enseñanza de estos días aflictivos es inequívoca: todo empieza y termina en el cuerpo. Ninguna religión es más (inversamente) carnal que la católica. El cuerpo siempre está presente, como ofrenda, como promesa de aniquilación, así que mejor en la playa o en disneylandia, donde el cuerpo se torna liviano e intrascendente y el alma puede distraerse en fantasías. Aquí, lo primero es dominar el cuerpo, o triturarlo, si es preciso, una urgencia que explica la monotemática obsesión de los obispos contra el sexo y contra la dignidad que otorga vivirlo en libertad y de acuerdo con los propios sentimientos. Cualquier avance social en este campo alborota al episcopado de un modo sin parangón con cualquier otra causa, sea humana o divina. La última protesta obispal ha sido en Madrid, a cuenta de la ley autonómica de integración de las personas transexuales, que protege la identidad de estas y ampara su derecho a la elección de sexo. Una norma que protege los derechos de una minoría y no molesta a nadie. Excepto a los obispos, que, en su alarma,  llaman a aquello que no comprenden, «un proyecto global planificado, científica y sistemáticamente, contra el orden de la creación y la redención».   El culto católico al cuerpo se atiene a un modelo masculino y misógino. Los figurantes de la historia sagrada son, esencialmente, hombres. Los de estos días, por ejemplo, el reo, el procurador romano, el discípulo traidor, los sayones, los soldados, los sacerdotes, todos hombres de pelo en pecho y de luengas y notorias barbas; las pocas mujeres que habitan el drama están en la penumbra, cubiertas con un chador y llorando por alguna parte. Las dos únicas diosas del panteón católico, Eva y María, son sendas caricaturas; la primera, el boceto original de la femme fatale; la segunda, un ejemplo legendario de vientre de alquiler. Las personas transexuales trasgreden este relato amañado, devenido en cuadro litúrgico. Si la parroquia armó la que sabemos por cierto remozamiento de la moda indumentaria de los reyes magos, que más que personajes bíblicos son la comparse de los grandes almacenes, ¿qué no harán imaginándose a una orgullosa...

Leer más

Homenaje al amigo de la mili

Posted by on Mar 23, 2016 in Miradas | 2 comments

“Esta ciudad alberga lugares que visité por primera vez en mis pesadillas. Incluso en sueños tengo la impresión de haber recorrido ya, hace años, esos pasillos flanqueados de puertas cerradas y acechados, al fondo, por una temblorosa penumbra”. Así comienza La bella cubana, la última, hermosa e intrigante  construcción novelesca de José María Conget. Estas primeras líneas, en las que se esboza un viaje y un destino, la aventura y su sombra, el deseo que precede a la realidad, los pliegues del tiempo, podrían servir también de introducción a toda su obra. La revista Turia dedica a Conget el cartapacio central de su último número, cuya presentación tuvo lugar el pasado miércoles en Zaragoza, ciudad natal del autor. El encuentro fue un conciliábulo de admiradores, que escuchamos las palabras de introducción al escritor y su obra, a cargo de José Carlos Mainer, y luego leímos, en mi caso, al menos, los breves ensayos que constituyen el homenaje de la revista. Esta superposición de capas de literatura secundaria, escritas con fervor y competencia profesional,  tuvo en mí un efecto contradictorio. De una parte, me alejaban del autor, que siempre me depara páginas penetrativas y emocionantes, y, de otra, me descubrían lo que ha pasado  inadvertido en mis lecturas, lo mucho que ignoro, lo que nunca llegaré a saber a ciencia cierta u olvidaré antes. El resultado es una desconcertante mezcla de familiaridad y extrañeza con la obra de mi amigo de la mili, como él mismo califica nuestra relación, del que vengo leyendo sus libros (y gozando de su amistad, debo añadir) desde el comienzo de su carrera. Por eso, para reencontrar el inconfundible sabor de  su prosa, he vuelto a La bella cubana, el libro que más a mano tengo por ser el último y el que -creo, la memoria es caprichosa- más me ha gustado de su obra después del descubrimiento que fueron los primeros títulos hoy agrupados en la Trilogía de Zabala. La bella cubana es una historia sobre la experiencia y la memoria, el deseo y la pérdida, no siempre de fácil seguimiento, pues describe un laberinto existencial, pero deslumbrante cuando la has recorrido hasta el final y te premia con su secreto. Conget es un autor intensamente literario, si esto no es un pleonasmo, dueño de una prosa muy jugosa y un formidable contador de historias, vertidas en una veintena de títulos de ficción y de ensayo (sobre poesía, cine, tebeos y canciones populares), cuyos temas se entrecruzan y siempre dan al lector motivos de agradecimiento, como bien resumen estas líneas que firma Mainer:  ¿Y si la literatura y el contar fueran formas de agradecer que vivimos, que alguien nos está leyendo, que alguien nos...

Leer más

Juego de banderas

Posted by on Mar 22, 2016 in Miradas |

El pasado viernes, la mayoría de izquierda del parlamento de la provincia donde vivo acordó arriar la bandera de la Unión Europea del balcón de la fachada como protesta por el acuerdo firmado con Turquía para la expulsión de los refugiados. Hoy no habrán sabido dónde colgar el crespón negro ni qué bandera ondear a media asta. Probablemente la habrán repuesto. Quita y pon, al albur de las circunstancias. En mi pueblo hay mucha afición por las banderas, como la hay a los cohetes en fiestas. De hecho, ambos, banderas y cohetes, suelen ir juntos y durante una época no muy lejana, los festejos populares acarreaban la consiguiente guerra de banderas, no siempre festiva. Un cierto aldeanismo político las convierte en un símbolo directo de sentimientos inmediatos y reduce en consecuencia su significación histórica, aparte de desconcertar a la parroquia y convertir estas señales, a menudo inertes, en organismos vivos y volubles. Las banderas oficiales no representan más que las instituciones a las que pertenecen las sociedades sobre las que ondean. No se deserta de la UE, ni aunque fuera deseable, por el mero gesto de arriar su bandera, y no hace falta estar continuamente orgulloso de lo que representa, como en las caricaturas de militares. La mayoría de izquierdas de mi pueblo podía haber hecho algo más eficiente y visible en relación con los refugiados: ofrecerse a acoger a un número proporcional de ellos, como hizo la Generalitat de Cataluña. La declaración hubiera mostrado de manera más clara, no solo el rechazo al vergonzoso acuerdo firmado con Turquía sino también el compromiso de poner en funcionamiento una medida alternativa más acorde con los principios que nos rigen como sociedad.  La Unión Europea es hoy una construcción gripada pero es la construcción más ambiciosa llevada a cabo por las naciones del continente para abrir un espacio duradero y estable de paz y de cooperación, por hueco que suenen estas palabras ahora mismo. Las víctimas de Bruselas son nuestras víctimas igual que los refugiados debían ser nuestros refugiados. Los jóvenes que militan en las filas de los partidos emergentes, y que son los tomaron el acuerdo de retirar la bandera de la UE, deben empezar a comprender que la política no se rige por el enfurruñado mecanismo que lleva a un adolescente a encerrarse en su cuarto con la play station cuando le disgusta una decisión de sus...

Leer más

La ciudad amurallada

Posted by on Mar 21, 2016 in Miradas |

Paseo con una amiga por el adarve de la murallas de nuestra ciudad y llegamos al baluarte del Redín, escenario de los juegos y aventis de su infancia porque se crió en una de las calles aledañas del primitivo castro romano,  y lugar de recreo de mi adolescencia, pues asístí a una escuela profesional próxima. Este lugar fue el primero restaurado de la ciudad antigua, en los años cincuenta, para servir de atracción turística con un falso mesón medieval y el melancólico espectáculo de una familia de cordeleros que hacían su labor al aire libre con técnicas tradicionales. El cordelero mayor de aquella pequeña troupe artesana fue más tarde presidente de una por él llamada asociación de amigos de los castillos, ya se ve lo que progresamos todos, y el mesón aún está abierto con éxito en verano porque el turismo ha dejado de ser una circunstancia pasajera. Mi amiga y yo también estamos haciendo turismo ahora en nuestro remoto pasado. Desde el mirador, se ve el paisaje de mi barrio natal, la antigua linde entre la ciudad y el campo, jalonada  antaño de huertas a la vera del río y hoy convertida en un interminable acantilado de viviendas, rampante a las faldas del monte que vigilaba militarmente la ciudad. La conversación es una esgrima de memorias, fragmentos de un puzzle que se resiste a entregar su sentido. Los recuerdos se desvanecen apenas formulados, y su extrema volatilidad contrasta con el carácter impávido del escenario de la muralla, a esta hora deshabitado como una tumba vacía. ¿Dónde estarán los personajes que evocamos en nuestra conversación? Muertos, sin duda. De algunos no queda más memoria que el fragmento inconexo que alcanzamos a recuperar durante un instante, para decirnos que seguimos vivos. Paseamos junto al lienzo de muralla que fue despeñadero de beodos sanfermineros y llegamos a la puerta de la taberna donde vi por última vez a Esparza, el hijo de la churrera, compañero de aula colegial y amigo de los boy scouts, enrolado por entonces en el terrorismo o en la liberación del pueblo, según quien lo dijera, una afición muy popular por aquí hace treinta años. Nos acompaña en el paseo un perro lanudo, de color chocolate, tristón y afectuoso, otra anécdota en esta acumulación de anécdotas, cuyo significado, una vez más, se me escapa.  La ciudad marca a sus habitantes y yo creo que he vivido marcado por este laberinto pétreo de las murallas que parece una divisoria entre la realidad y el deseo desde que le oí formular a mi padre una sentencia solemne y definitiva: nosotros vivimos extramuros. No sé si lo dijo por mero afán descriptivo, con una tilde de orgullo o para enunciar...

Leer más