Podemos celebra hoy el referendo para que sus bases sancionen la estrategia de pactos, o de impactos, que lleva a cabo su dirigencia ante la formación de gobierno. Es un referendo, como todos, apañado para que dé el resultado que la dirigencia quiere porque la formulación de la pregunta deja al militante en el dilema de votar en el sentido que esperan sus líderes o de convertirse en un traidor. ¿Qué afiliado podemita puede estar conforme con un gobierno pesoe-ciudadanos o no desear que su partido forme un gobierno de izquierda con otras fuerzas progresistas a las que, por cierto, o bien no se les pregunta sobre la cuestión o bien no están obligadas a acatar el resultado? El recurso al referendo es una operación de encantamiento, similar al del personaje del cuento que pregunta a su espejo quién es el más guapo o el más poderoso o el más listo. El referéndum sugiere al común (la gente, en la propia jerga) que su deseo mayoritario se convertirá en voluntad política y esta en realidad factual, cuando lo cierto es que el proceso opera a la inversa, la causa primera es la realidad, que moldea la voluntad y, por último, somete al deseo. Este recurso a la consulta a las bases es conocido entre nosotros como populismo si lo practica un partido emergente que va en mangas de camisa, pero el procedimiento carece de nombre reconocido cuando lo practica el gobierno británico para salir/quedarse en la UE o cuando lo practicó Felipe González para salir/quedarse en la OTAN. Esos sí son estadistas, según el baremo vigente. Populismo y alta gobernanza son dos formas de demagogia que se distinguen por un sutil mecanismo que se revela precisamente en los referendos. Para que una consulta no sea tildada de populista se necesita llevar a creer a los consultados que su opinión original es muy respetable, pero está equivocada. Esto produce en los votantes un estado de desconfianza hacia el propio criterio y, como consecuencia, refuerza la adhesión irracional al líder carismático. Es lo que consiguió González de manera inapelable y aspira a conseguir Cameron. En resumen, el referendo debe tener un puntillo de incertidumbre, siquiera aparente, en su convocatoria. Manipular las circunstancias en que se celebra (fecha, mensaje, pregunta, quorum, contexto, etcétera) y la debilidad del estado de opinión de los convocados, el cual debe cambiar de sentido en el curso de la consulta, está solo al alcance de grandes demagogos, como González, y ya veremos si Cameron llega a su altura. Cuando la consulta es intrapartidaria y dirigida solo a afiliados y simpatizantes tiene menos chispa. P.S. Un usuario de esta bitácora me pide que aclare los pasos para entrar...
República
He pasado el día de la República esperando que mis muy competentes y jóvenes amigos de Inthemiddle pusieran otra vez en órbita este artefacto, que, al parecer, no pudo soportar la actualización que WordPress hace rutinariamente de su sistema, por ser demasiado avanzada para mi ordenador. Hablo de oídas y a bulto, porque no entiendo ni una palabra de este negocio, pero me parece congruente que cualquier actualización de las nuevas tecnologías sea demasiado avanzada para los chismes de mi edad. También es congruente con la biografía de la gente de mi generación que la fiesta de la República nos encuentre esperando, ya sea el arreglo del utillaje o el cambio del sistema político. Siempre hay una herramienta técnica o histórica pendiente de reparación, siempre falta una pieza. Pero se ve que tanto para la técnica como para la historia somos inhábiles. “Hoy brindaré por la República, pero no me lamentaré nada por la situación que vivimos”, así encabeza su columna un colaborador tipo del periódico de referencia y esta afirmación resume bien la mezcla de cinismo y apoltronamiento, para no hablar de la desconfianza y del temor reaccionario hacia el futuro, que caracteriza a la generación que ahora se jubila, y a la que pertenezco, que hace cuarenta años emergía de las sombras y para la que, sin más esfuerzo que el que se requiere para tomar del árbol una fruta madura, las cosas fueron natural y razonablemente bien. Mi generación urdió instituciones, inventó mitos, creó relatos, fingió que no existía lo que no quería ver y se puso a laborar a sus negocios sin mirar debajo de la alfombra. Y, como dice el columnista, no podemos lamentarnos de que esta felicidad no haya acaecido bajo la República. La autocomplacencia es tanta que a veces parece que hubiéramos perdido el sentido de la realidad y confundimos los argumentos con las chochadas, como las que profirió hace unos días el rutilante académico contra la alcaldesa de Barcelona. Otro modo de pasar el día de la República, ahora de moda entre la casta dirigente, es esperando, no al fontanero o al informático, sino a la policía para balbucir a renglón seguido unas repulsivas explicaciones sobre la cuenta opaca descubierta en alguna isla del tesoro. Yo no he sido, eso ya estaba ahí cuando llegué, que gran idea señor director, es la tríada de principios morales que rigen el comportamiento de Homer Simpson y que venimos escuchando invariablemente de los sorprendidos con la fortuna oculta entre los tiburones del Caribe. La celebrada ocurrencia del reincidente Mario Conde cuando el mayordomo le informó de que unos señores se habían presentado con la orden de llevarlo al trullo –“si está aquí la Guardia...
La cuarta dimensión
Los viejos propendemos a aficiones extravagantes. La más tópica y repetida es creerse arquitecto municipal y emprender diarias excursiones a obras urbanas en marcha con el fin de aleccionar a los operarios y poner en su menguado lugar el ingenio y la competencia de concejales y urbanistas. Pero hay otras. El aprendizaje de idiomas inservibles, que van desde el islandés antiguo, que practicó Borges para leer las antiguas sagas de la tierra del hielo, hasta el convencional inglés, pasatiempo que permite dejarlo y retomarlo sin tregua y sin avanzar ni un paso en el entendimiento, no digamos el uso, de esta lengua. Por lo que a mí respecta, me tienta entender algo mejor la ciencia sobre la que me considero un ignorante absoluto, y merodeo por libritos de divulgación para remediar en lo posible el déficit. El resultado es, ya se entiende, análogo al de los estudiantes de inglés. Sin embargo, he hecho un descubrimiento que me apresuro a compartir con los seguidores de esta bitácora. Ha sido, por decirlo así, un descubrimiento derivado de la comprensión conceptual de numerosas y repetidas observaciones empíricas. En resumen, ahora sé qué es viajar por un universo de múltiples dimensiones, bueno, al menos, de cuatro dimensiones, pero por algo se empieza, toda vez que cualquiera, hasta yo mismo, nos movemos con desenvoltura en tres. La cuarta dimensión es el tiempo. Pues bien, desde hace meses vengo observando en mis repetidos y monótonos paseos por la ciudad en la que vivo que, mientras las tres dimensiones del espacio permanecen en reposo, la cuarta, el tiempo, registra una velocidad tan vertiginosa que el paseante puede decir que está en otro universo completamente distinto a aquel en el que empezó el paseo. Lo asombroso es que esta evidencia se produce sin que el espacio convencional de tres dimensiones deje de ser reconocible y razonablemente idéntico al del día anterior y éste al del anterior, etcétera, lo que quiere decir que el fenómeno solo puede ser percibido con cierta perspectiva. Hace unas semanas, por situar la fecha del descubrimiento, el sujeto del experimento tuvo que acudir a una dirección ubicada en el barrio de extrarradio donde había nacido y pasado su infancia. La dirección se señalaba en la misma calle que había recorrido cuatro veces cada día durante la edad escolar pero no conseguía encontrarla y tuvo que preguntar, como un turista, en un par de ocasiones hasta dar con el destino buscado, que resultó estar a poco más de cien metros de donde se levantó su casa natal y la de sus abuelos. La reurbanización del barrio –el tiempo, a la postre- había establecido una sima insondable entre el viejo que buscaba la dirección por...
En Babia, ida y vuelta
Regreso de Babia y estoy en Babia. Vuelvo de un lugar de sol avaro, grandes palacios de color pastel, cúpulas como ramos de alcachofas de caramelo, bronces ecuestres y extáticos iconos dorados, que he recorrido con mirada urgente y distraída, uncido a la condición de turista en paquete; una condición en la que, por exigencias del negocio, el tiempo es un relato circular. Como en casa, por lo demás, donde al retorno la tele sigue encendida en la misma tertulia y los noticiarios destilan sin tregua el detrito de cada día, siempre el mismo, con las mismas caras. A propósito de la detención de Mario Conde, un tertuliano finge asombrarse de la escasa capacidad del sistema penitenciario (el reincidente fue condenado a veinte años) para reinsertar al penado en los valores de la sociedad. Si el sistema no consigue reinsertar a butroneros y violadores, ¿por qué habría de conseguirlo con los salteadores de las altas finanzas, cuyos delitos los cometen a partir, precisamente, de los valores de la sociedad? La delincuencia es un estado donde se vive bien y está mejor retribuido que la honradez, que es para los horteras, como significó el propio Conde en una de sus aplaudidas y frecuentes intervenciones públicas. En la melancólica observación del tertuliano había una secreta admiración por el individuo al que otro tertuliano ha llamado, en la misma circunstancia, el mejor ingeniero financiero que ha tenido nuestro país. Podría argumentarse que la ingeniería no es un espejo de excelencia después de Calatrava, pero dejémoslo, ahora que lo han contratado los árabes del petróleo para levantar la torre más alta del mundo, ya veremos si no se les caen las tejas, que en este caso van a ser de cristal para más estrépito. Los tertulianos televisivos evocaban a Mario Conde no sin añoranza, como Yelena Filippovna, nuestra guía, se refería a los zares, y para la que hasta Rasputin era un personaje eminente y santo varón, vituperado y asesinado por los que buscaban destruir la amada patria. Mario Conde y Rasputin, dos héroes nacionales. Ambos han tenido conspicuos cantores; el primero, entre los neoliberales y la ultraderecha, y el segundo, entre los apologetas de la autocracia. Y ya que hablamos de unos y de otros, en la penúltima escala de esta bitácora dejamos al Nobel Vargas Llosa entregado a su interminable y distraída fiesta de cumpleaños y ahora lo encontramos a la vuelta empapelado en Panamá, en la misma cuerda que el actual zar del país de Yelena Filippovna. Neoliberales y autócratas, ¿quién los distingue en Panamá, donde el dinero y la verdad son la misma cosa? Vivimos en Babia, un mundo que solo se puede soportar si eres...
Cerrado por vacaciones
Esta bitácora permanecerá en dique seco hasta el doce de abril, en que nos encontraremos de nuevo en este dominio, si aún conservamos la lealtad de los lectores. Todo artefacto de navegación necesita airear la sentina y engrasar las bielas. Gracias por habernos acompañado hasta aquí. Es solo una pausa para echar un vistazo a otros mundos. Hasta la vuelta.