Cine y novela de la memoria de un niño atormentado. La infancia en guerra de J. G. Ballard.
Heráldica
¿Quién fue Adolfo Suárez?, ¿quién es José Borrell? El candidato socialista ha invocado al primero y ha fichado al segundo con la esperanza de que su fuerza le acompañe. Sánchez se ha investido con la armadura de los antepasados antes de entrar en batalla, aunque también podría decirse en más castizo que, como un matador amedrentado, ha besado reliquias y estampitas del culto popular antes de hacer el paseíllo en la campaña electoral. Los de nuestra generación creemos saber que la democracia no hubiera sido posible sin la ambición, la audacia y la generosidad (otros dirían sentido del cálculo) de Suárez. A su turno, Borrell encarna el mito de lo mejor que puede ser un político: currículo académico sobresaliente, formación científica, impecable credencial ideológica, honradez a carta cabal y una dilatada experiencia en cargos de gestión y representación (desde abajo, como le gusta a Rajoy). La mala noticia es que Suárez y Borrell fueron derrotados y expulsados de la arena política por los mismos males que se han enseñoreado del establecimiento político y se han convertido en una cínica rutina: el cainismo y la corrupción. Suárez fue víctima de la mayor campaña de acoso y derribo recordada en los anales de la democracia, a cargo de sus propios correligionarios y con la inestimable ayuda de sus innumerables adversarios, entre los que hubo quien prefirió un golpe de estado a que siguiera en el cargo. A su turno, Borrell, que nunca tuvo muchos amigos en el mastodóntico aparato socialista, dimitió por unos casos de corrupción que no le eran imputables pero de los que consideró que era responsable político porque los habían cometido dos personas de su confianza durante el ejercicio en el cargo para el que él les había nombrado. ¿Se imaginan a la cacareante Esperanza Aguirre haciendo lo mismo? El resultado histórico es obvio: a Borrell hay que buscarle en la wikipedia mientras Aguirre continúa impertérrita en las primeras páginas de los periódicos y en los programas de la tele, insoluble a la mierda que ella misma ha amasado y que se ha convertido en la materia prima con la que identificamos la política. Lo malo de portar los escudos de armas de Suárez y de Borrell, es que el paladín Sánchez va a tener que dar muchas explicaciones de heráldica para que los votantes entiendan qué significan. Los mayores de cincuenta porque ya los han olvidado y los menores, porque nunca han sabido quienes fueron. Suárez y Borrell son los héroes de caballerías del candidato socialista. Y un epílogo: alguien podría decir que tanto monta Julio Anguita a la vera de Iglesias, pero hay una diferencia sustancial. Sánchez está formando un gobierno e Iglesias, un imaginario. Los...
El mal ejemplo
Hacía tiempo que un nacionalismo doméstico no ponía como ejemplo a Israel. El estado sionista fue hace décadas el faro del nacionalismo vasco, que admiraba, entre otras cosas, su capacidad para restaurar una lengua, el hebreo, que ni siquiera había sido la de todos los judíos en los últimos dos mil años. Pero la historia aconsejó olvidar este ejemplo y hace años que los patriotas más patriotas de esta tierra comparecen en público con la kufiya palestina al cuello. La libertad y la opresión nacionales son conceptos mutables según la perspectiva que se adopta. Ahora ha sido Artur Mas, quizás el político más cínico de la escena española, donde abunda el género, el que ha puesto a Israel como modelo de lo que quiere para Cataluña, así que, llevada la comparanza hasta su último extremo, ya saben lo que les espera a los territorios limítrofes, catalanoparlantes además. La nación es una construcción política, a veces inevitable y a veces deseable, pero que exige una enorme cantidad de ganga ideológica para asentar sus cimientos, además de alguna circunstancia histórica que la impulse. Israel no hubiera sido posible ni deseable para los propios judíos sin el criminal antisemitismo europeo y su consecuencia última en Auschwitz. Después de sesenta años, el estado israelí sigue a la defensiva, duro y antipático, como una colonia europea cercada. ¿Es el destino que Mas sueña para Cataluña?, ¿son los catalanes los judíos europeos de la primera mitad del siglo pasado? La construcción nacional exige la previa construcción del estado nacional. Los sionistas la consiguieron a partir de los voluntarios que quisieron asentarse en Palestina y empuñar las armas para defender ese derecho, primero contra los ingleses y después contra los palestinos; su condición de israelíes vino después derivada de esta actitud, como han demostrado concienzudamente historiadores como Shlomo Sand y otros. No había un pueblo judío ni hay un pueblo catalán. El estado precede a la nación y esta se construye a partir de aquel, no a la inversa. Los que habitan en la cúpula del estado y tienen intereses en él no necesitan más patriotismo, pero la adhesión de los de abajo requiere dosis masivas de mitología del tipo de la que hacía aprender Francia a los párvulos de sus colonias africanas que tenían que memorizar aquello de nos ancêtres les Galois. Pero ¿cuántos ciudadanos de los que han levantado la Cataluña moderna proceden de la pata de Guifré el Pilós? Es fácil de entender que un político mimado por la oligarquía local, que ha navegado por la tibias y aplacientes aguas del dinero abundante y fácil, corrupción incluida, tenga necesidad de un poco de épica para mitigar el aburrimiento, pero ¿qué hay de la...
Fin de la aventura
Fernando Múgica, in memoriam Formó parte del pequeño grupo de periodistas españoles que el 29 de abril de 1975 estaba en el Saigón asediado y fue evacuado en un helicóptero militar norteamericano en las últimas horas antes de la caída de la ciudad y del fin de la guerra de Vietnam. Aquella experiencia a los diecinueve años marcó su vida, si hemos de creerlo por las veces que él mismo la recordaba. Hubo luego otras guerras que fotografió y otras misiones en paisajes remotos, que lo convirtieron en un corresponsal de guerra y fotorreportero de referencia y que respondían a esa exigencia de héroe de aventuras que alentaba en él. Era atractivo, alto, rubio, de ojos azules, aspecto deportivo y expresión tímida que se transformaba en decidida cuando empuñaba una cámara: espada y escudo de caballero andante al mismo tiempo. Le conocí en una circunstancia particularmente anticlimática para un carácter como el suyo, en la que la cámara no era la herramienta más necesaria para la tarea que tenía encomendada. Una empresa editora de nuevo cuño le trajo a esta provincia, que era la suya y a la que estaba fuertemente ligado por razones familiares y sentimentales, para dirigir un diario en los complicados años noventa: corrupción política, cambio social, batallas callejeras, amenaza constante del terrorismo. Era como si el caos que había fotografiado por el lejano mundo hubiera venido a instalarse en la plácida y conservadora ciudad de su memoria juvenil. Estoy seguro de que nunca llegó a entender lo que pasaba a su alrededor, y algo más: tampoco llegó a aceptarlo. De alguna manera, el destino pequeño y periférico en el que había caído, esa accidental forma de retorno al hogar, era para él un exilio. Había convertido su diminuto despacho del periódico en una capilla contra sus temores y perplejidades; de las paredes colgaban numerosas fotografías de gran formato y cariz heroico que había tomado en escenarios de guerra y dos objetos muy intrigantes, un par de guantes de boxeo y una campana de barco con el nombre de la embarcación, Titanic. Aquella panoplia de artefactos varios que coloreaban la aridez del habitáculo constituía un manifiesto existencial: nostalgia del arrojo y la aventura, voluntad de lucha y presentimiento de la derrota. Después de aquella experiencia profesional compartida en la que no hubo entendimiento entre nosotros, no volvimos a encontrarnos. Regresó al periódico madrileño de cuyo grupo de fundadores había formado parte pero ya no como corresponsal en el extranjero sino en tareas de mesa de redacción. Era también periodista literario y sus crónicas eran directas, escuetas, ceñidas, como una instantánea fotográfica y, si bien le atraían las entretelas de la realidad y las exclusivas impactantes, sin...
Bisoños y corruptos
Es intrigante la falta de atención que los partidos emergentes dedican a la corrupción, la serpiente al pie del árbol del paraíso. Los ciudadanos, empeñados en trenzar alianzas que consigan la cuadratura del círculo, y los podemitas, enfrascados en construir un demos alternativo a partir de la llamada gente común, ambos soslayan en sus discursos y en sus prácticas la cuestión de la corrupción que, sin embargo, es un factor clave para entender los cambios en la actitud del electorado de los que esperan beneficiarse. Es como si podemos y ciudadanos, desde posiciones enfrentadas en el prisma político, fueran víctimas del mismo espejismo que hace que la corrupción, llegados a la poltrona, resulte invisible. Un espejismo que comparten las clases altas y bajas de la sociedad; los primeros porque la han practicado siempre y los segundos porque no han tenido ocasión de practicarla nunca. Diríase que el rechazo a la corrupción es un prejuicio de la moral de clase media, que, como todos sabemos, está al borde de la extinción. Sin embargo, el barro ya ha alcanzado a los emergentes en los niveles de poder que ocupan, municipal y autonómico. Todavía en muy pequeña medida, pero que demuestra lo inermes que están ante la plaga y por ende lo vulnerables que son a la ofensiva mediática de la derecha en el poder, esta sí, enfangada hasta las cejas. Una edil del grupo municipal de mi pueblo, afín a podemos, votó a favor de la adjudicación de un servicio a una empresa representada por su hermana. La debida ausencia de la concejala en la votación, como prescribe pudorosamente la ley, no hubiera cambiado la resolución municipal, porque en estos negocios las habas están contadas, pero la edil mintió sobre su participación, primero, e intentó banalizarla, después, lo que puso en evidencia su falta de talla política y dio lugar a un jubiloso redoble de tambores entre sus adversarios. Sus compañeros y coaligados, que han defendido de oficio a la concejala, han alegado su bisoñez en el ejercicio del cargo. Bisoñez es un término análogo al adanismo que pregonan los partidos del establecimiento para descalificar a los levantiscos, que amenazan con quitarles el pan del morral. En el mismo pueblo de la concejala y casi el mismo día, el presidente del gobierno en funciones y en campaña nos visitó para afirmar que “no son tiempos para amateurs ni para venir al gobierno a aprender”, un mensaje que, contextualizado históricamente, quiere decir: finge que eres puro y que vas a combatir la corrupción, como hizo Aznar con González, y, cuando llegues al poder, ya te pondrás hasta las trancas. En la falta de atención a estas consejas de la senectud se advierte...