La concesión al papa de Roma del premio Carlomagno es la peregrinación a Lourdes de las instituciones europeas, aquejadas de toda clase de dolencias reumáticas, insuficiencias circulatorias y soplos cardíacos, pero henchidos de esperanza por el resplandor de la blanca sotana. Allá han ido todos, hasta la luterana Merkel. Es hora de que los europeos luchemos, es el título de una autoestimulante proclama firmada al alimón por los presidentes de la comisión y del parlamento europeos con tan magna ocasión, y suena a la entusiasta consigna que profiere la monja dirigente del grupo de personas con discapacidad, como se dice ahora, al montarse en el autobús rumbo a la cueva milagrosa. Juncker y Schulz, Schulz y Juncker, pues así se llaman los autores de la proclama, y tanto monta monta tanto, no son tan cortos, porque de otro modo no hubieran llegado a donde están, como para no adivinar la sonrisa de los volterianos, y se curan en salud en el primer párrafo: “Puede que haya quien ironice, y diga que muy mal debe de irle a la Unión Europea si requiere ayuda papal; otros se preguntarán por qué justo ahora un Papa argentino recibe un premio por la integración pacífica europea. Nosotros estamos convencidos de que el papa Francisco, por su mensaje de esperanza a Europa, merece este galardón”. La argentinidad, que antes brillaba en el campo del psicoanálisis, se ha desplazado ahora a otra disciplina mágica, la religión, y debe ser relevante para Juncker y Schulz pues la recuerdan a renglón seguido: “Quizá hagan falta los ojos de un argentino que contemple desde el exterior lo que intrínsecamente nos une a los europeos para recordarnos nuestros puntos fuertes”. Los puntos fuertes, he ahí la clave, la virtud, que se decía antes, oculta bajo una capa de pecado. La ceremonia ha discurrido según el ritual acrisolado desde la Edad Media, no por casualidad, tratándose de Carlomagno. El pontífice ha impuesto la ceniza en la frente de los dirigentes europeos, ha largado un sermoncillo cuajado de obviedades presentes todos los días en el telediario, y, hala, a tomar una tapita y un vinito para celebrarlo. Luego llaman populistas a los emergentes, pues anda que los instalados. No es probable que hayan retransmitido la ceremonia en los campos de refugiados de Turquía, pero hubiera sido inútil, son musulmanes y no están familiarizados con nuestras arraigadas costumbres cristianas.
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